por Fernando Pascual
Si nos preguntan qué es mejor, experimentar con ratones o experimentar con niños, es fácil responder: protejamos a los niños y experimentemos con ratones.
Si nos preguntan qué es mejor, experimentar con embriones o experimentar con ratones, habrá respuestas de todo tipo. Si nos preguntan qué pensamos sobre usar embriones para experimentar con ratones...
Aunque parezca una exageración, no es difícil encontrar voces que aplauden el uso de embriones para realizar investigaciones científicas con ratones. En el mes de diciembre de 2005, por ejemplo, fue publicado, en la página de internet de la Academia Nacional de las Ciencias (National Academy of Sciences, USA), un estudio sobre los resultados obtenidos con ratones a partir del uso de células madre embrionarias (“embrionic stem cells”). Los experimentos se realizaron en dos laboratorios, uno de La Jolla, California (The Salk Institute for Biological Studies) y otro de Japón (Nara Institute of Science and Technology).
La descripción del experimento es la siguiente. Se obtuvieron células madre de embriones humanos. Luego se inyectaron en el cerebro de fetos de ratones en el seno de sus madres. De este modo nacieron varios ratones que tenían en el cerebro células nerviosas de ratón, y algunas células nerviosas típicas de seres humanos. En otras palabras, fueron fabricadas quimeras, seres en los que se mezclan partes de animales diferentes. En este caso, una quimera poco espectacular: un ratón “normal” con algunas neuronas humanas.
Para tranquilizar a la opinión pública, los investigadores avisaron que estos ratones se han comportado “normalmente”, es decir, como ratones, pues tuvieron la prudencia de inyectar pocas células madre humanas para que no pudiesen nacer ratones “demasiado humanos”.
Algunos han empezado a alabar el experimento como prometedor: con nuevos estudios e investigaciones, será posible en un futuro no cercano curar enfermedades neurodegenerativas, como el Parkinson o el Alzheimer. Pero ya desde ahora sería posible conseguir resultados interesantes, a partir de nuevos experimentos con estos “ratones enriquecidos” para analizar los efectos y eficacia de ciertas medicinas en neuronas humanas.
No ha faltado algún profesor de derecho y ética, como Henry Greely (Universidad de Stanford) que ha alabado el trabajo como “interesante, bueno y ético” (cf. Rick Weiss, “Human Brain Cells Are Grown in Mice”, The Washington Post, 13-12-2005, A03).
Creemos, sin embargo, que hace falta una profunda y completa reflexión ética para mostrar un importante aspecto no bien evidenciado en este experimento: ¿de dónde procedieron las células madre embrionarias?
Las respuestas pueden ser varias. Entre ellas, tres son gravemente problemáticas. La primera: a partir del uso de embriones “sobrantes”, de los muchos que abundan en los laboratorios de reproducción artificial. La segunda: a partir de embriones creados para la investigación. La tercera: a partir de abortos sumamente precoces.
Las tres posibilidades no son éticamente aceptables. Por un motivo muy sencillo: cada embrión humano es ya un individuo de nuestra especie. Es verdad: sumamente pequeño, frágil, indefenso. Pero ello no quita que sea tratado como lo que es: un ser humano.
Si algún laboratorio decide destruir embriones con el fin de conseguir “material biológico”, células madre para diversos tipos de investigaciones, toma un camino que va contra un principio fundamental de la ética: nunca podemos tratar a ningún ser humano como medio ni como objeto para usar y tirar, ni siquiera con el fin de buscar nuevos caminos para el “progreso” de la medicina.
Es cierto que ha habido médicos y laboratorios que han usado niños, ancianos, fetos obtenidos a través del aborto clínico, para lograr descubrimientos científicos. Pero ningún resultado por sí solo es suficiente a la hora de juzgar la moralidad de un acto humano. También es posible hacer un transplante de riñón a un importante político a partir del robo del riñón a un niño pobre de Asia o de América, y no por lograr un buen resultado se convierte en “bueno” un robo (una mutilación) tan injusta como esa.
La investigación científica tiene que imbuirse de ética. No es correcto prometer progresos espectaculares en la medicina a partir de las supuestas ventajas que se obtengan con el uso de células madre embrionarias, y, al mismo tiempo, destruir embriones que estarían orientados hacia su nacimiento si nadie se lo hubiese impedido.
Sería triste que ante noticias como la anterior hubiese quienes defiendan a los animales, a los ratones, mientras otros guardasen un silencio cómplice o displicente ante la destrucción de cientos de embriones en los laboratorios del mundo. Una sociedad que no defiende a sus hijos no tiene futuro, porque ha roto uno de los principios fundamentales de la ética: el respeto a la vida de todos los seres humanos.
Por lo tanto, la medicina verdadera, la que tiene un corazón ético y un profundo sentido de la justicia, necesita defender, como objetivo primario, la vida de cualquier ser humano. También de los embriones. Aunque sean más pequeños, más frágiles y más necesitados de ayuda que los ratones. O, mejor, precisamente por eso. Porque son embriones humanos, porque son hijos, porque son hermanos nuestros merecedores de amor y de cariño.
AutoresCatolicos.org
Aunque parezca una exageración, no es difícil encontrar voces que aplauden el uso de embriones para realizar investigaciones científicas con ratones. En el mes de diciembre de 2005, por ejemplo, fue publicado, en la página de internet de la Academia Nacional de las Ciencias (National Academy of Sciences, USA), un estudio sobre los resultados obtenidos con ratones a partir del uso de células madre embrionarias (“embrionic stem cells”). Los experimentos se realizaron en dos laboratorios, uno de La Jolla, California (The Salk Institute for Biological Studies) y otro de Japón (Nara Institute of Science and Technology).
La descripción del experimento es la siguiente. Se obtuvieron células madre de embriones humanos. Luego se inyectaron en el cerebro de fetos de ratones en el seno de sus madres. De este modo nacieron varios ratones que tenían en el cerebro células nerviosas de ratón, y algunas células nerviosas típicas de seres humanos. En otras palabras, fueron fabricadas quimeras, seres en los que se mezclan partes de animales diferentes. En este caso, una quimera poco espectacular: un ratón “normal” con algunas neuronas humanas.
Para tranquilizar a la opinión pública, los investigadores avisaron que estos ratones se han comportado “normalmente”, es decir, como ratones, pues tuvieron la prudencia de inyectar pocas células madre humanas para que no pudiesen nacer ratones “demasiado humanos”.
Algunos han empezado a alabar el experimento como prometedor: con nuevos estudios e investigaciones, será posible en un futuro no cercano curar enfermedades neurodegenerativas, como el Parkinson o el Alzheimer. Pero ya desde ahora sería posible conseguir resultados interesantes, a partir de nuevos experimentos con estos “ratones enriquecidos” para analizar los efectos y eficacia de ciertas medicinas en neuronas humanas.
No ha faltado algún profesor de derecho y ética, como Henry Greely (Universidad de Stanford) que ha alabado el trabajo como “interesante, bueno y ético” (cf. Rick Weiss, “Human Brain Cells Are Grown in Mice”, The Washington Post, 13-12-2005, A03).
Creemos, sin embargo, que hace falta una profunda y completa reflexión ética para mostrar un importante aspecto no bien evidenciado en este experimento: ¿de dónde procedieron las células madre embrionarias?
Las respuestas pueden ser varias. Entre ellas, tres son gravemente problemáticas. La primera: a partir del uso de embriones “sobrantes”, de los muchos que abundan en los laboratorios de reproducción artificial. La segunda: a partir de embriones creados para la investigación. La tercera: a partir de abortos sumamente precoces.
Las tres posibilidades no son éticamente aceptables. Por un motivo muy sencillo: cada embrión humano es ya un individuo de nuestra especie. Es verdad: sumamente pequeño, frágil, indefenso. Pero ello no quita que sea tratado como lo que es: un ser humano.
Si algún laboratorio decide destruir embriones con el fin de conseguir “material biológico”, células madre para diversos tipos de investigaciones, toma un camino que va contra un principio fundamental de la ética: nunca podemos tratar a ningún ser humano como medio ni como objeto para usar y tirar, ni siquiera con el fin de buscar nuevos caminos para el “progreso” de la medicina.
Es cierto que ha habido médicos y laboratorios que han usado niños, ancianos, fetos obtenidos a través del aborto clínico, para lograr descubrimientos científicos. Pero ningún resultado por sí solo es suficiente a la hora de juzgar la moralidad de un acto humano. También es posible hacer un transplante de riñón a un importante político a partir del robo del riñón a un niño pobre de Asia o de América, y no por lograr un buen resultado se convierte en “bueno” un robo (una mutilación) tan injusta como esa.
La investigación científica tiene que imbuirse de ética. No es correcto prometer progresos espectaculares en la medicina a partir de las supuestas ventajas que se obtengan con el uso de células madre embrionarias, y, al mismo tiempo, destruir embriones que estarían orientados hacia su nacimiento si nadie se lo hubiese impedido.
Sería triste que ante noticias como la anterior hubiese quienes defiendan a los animales, a los ratones, mientras otros guardasen un silencio cómplice o displicente ante la destrucción de cientos de embriones en los laboratorios del mundo. Una sociedad que no defiende a sus hijos no tiene futuro, porque ha roto uno de los principios fundamentales de la ética: el respeto a la vida de todos los seres humanos.
Por lo tanto, la medicina verdadera, la que tiene un corazón ético y un profundo sentido de la justicia, necesita defender, como objetivo primario, la vida de cualquier ser humano. También de los embriones. Aunque sean más pequeños, más frágiles y más necesitados de ayuda que los ratones. O, mejor, precisamente por eso. Porque son embriones humanos, porque son hijos, porque son hermanos nuestros merecedores de amor y de cariño.
AutoresCatolicos.org