miércoles, 10 de enero de 2018

¿Qué está pasando en la Pontificia Academia para la Vida?

por Bruno Moreno Torres
 Como sabrán los lectores, en los últimos dos años se ha llevado a cabo una reforma radical de la Pontificia Academia para la Vida, fundada por el Papa Juan Pablo II en 1994 y cuyo primer Presidente fue el candidato al Nobel y admirable católico Jerome Lejeune.
En 2016, Mons. Vinzenzo Paglia (foto), uno de los fundadores de la Comunidad de San Egidio, fue nombrado nuevo Presidente de la Academia, probablemente para realizar esta reforma.

Según los estatutos aprobados por Juan Pablo II, los miembros ordinarios de la Academia lo eran de forma vitalicia y debían firmar una declaración de aceptación de la enseñanza de la Iglesia. Con la reforma esto cambió, de manera que los miembros lo serían solamente por cinco años y dejó de exigirse que declarasen su aceptación de la enseñanza de la Iglesia. A eso se sumó que todos los antiguos miembros, nombrados por Juan Pablo II o Benedicto XVI, fueron expulsados. Algunos de ellos serían readmitidos posteriormente, pero casi cien quedaron fuera de forma permanente (entre ellos, el filósofo Josef Seifert).

Una reforma de este calado indica, necesariamente, que en algún sentido se quiere dar por completo la vuelta a una institución, especialmente cuando se prescinde de gran cantidad de los antiguos miembros. ¿Qué es lo que se quiso cambiar en este caso? No es fácil verlo. Podríamos citar algunas de las declaraciones públicas a este respecto, pero por desgracia son tan políticamente correctas que su contenido informativo se aproxima al cero absoluto. Ciertamente, en la antigua Academia hubo en varias ocasiones problemas y tensiones, pero nada que justificase un cambio tan radical. Quizá podamos conseguir un poco de luz considerando a algunos de los nuevos miembros:

- Nigel Biggar, pastor anglicano, Profesor de Teología Moral y Pastoral en la Universidad de Oxford y Director del McDonald Centre for Theology, Ethics & Public Life, fue nombrado como miembro de la Academia por sugerencia del arzobispo anglicano de Canterbury. Se muestra claramente favorable al aborto: «Estaría inclinado a trazar la línea para permitir el aborto en la decimoctava semana después de la concepción, que es aproximadamente la primera vez en que hay evidencia de actividad cerebral y, por tanto, de conciencia […] No está claro que un feto humano sea el mismo tipo de cosa que un adulto o un ser humano maduro, de forma que merezca el mismo tratamiento. Entonces la cuestión es dónde trazamos la línea, y no hay una razón absolutamente convincente para situarla en un lugar o en otro». Por lo tanto, no todo aborto es un crimen. Es contrario a la legalización de la eutanasia en general, pero apoyaría la eutanasia de algunas personas que ya no deberían considerarse “humanas”, cuando su cerebro esté irreparablemente dañado.

- Avraham Steinberg, rabino, Director de Ética Médica en un hospital de Jerusalén y autor de la Enciclopedia de Ética Médica Judía, defiende que el embrión no es “plenamente humano” hasta los 40 días desde la concepción, de manera que su destrucción “no es un asesinato en ningún sentido”. Por lo tanto, el “daño psicológico” de la madre por un embarazo no deseado puede hacer que el aborto sea permisible en esa etapa. Asimismo, considera aceptable el aborto por razones de enfermedades del feto y la investigación con células madre, con la consiguiente destrucción de embriones humanos.

- El P. Maurizio Chiodi, profesor de teología moral en Milán, negó hace unos días que el uso de los anticonceptivos fuera intrínsecamente malo (según la enseñanza de Humanae Vitae, Familiaris Consortio, Casti Connubii, Veritatis Splendor, entre otros documentos) y señaló que “hay circunstancias” que, “precisamente por el bien de la responsabilidad, requieren la anticoncepción”, que no se puede “rechazar a priori”. En ese sentido, negó que los métodos naturales fueran el único medio lícito de regulación de la paternidad responsable, señalando que esto podría necesitar “ser interpretado de manera más amplia”. También rechazó que la Iglesia pudiese dar normas definitivas sobre moral y defendió claramente el subjetivismo moral. Aunque ya anteriormente había tratado de relativizar la doctrina de la Humanae Vitae con apelaciones confusas al “discernimiento” y a la “conciencia”, sus últimas declaraciones no dejan lugar a dudas de que rechaza frontalmente la doctrina de la Iglesia sobre la anticoncepción y sobre el principio moral fundamental de la existencia de actos intrínsecamente malos.

- El P. Alain Thomasset, SJ, rechaza militantemente la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, defiende el uso de anticonceptivos y niega la doctrina de la existencia de actos intrínsecamente malos. Está a favor del reconocimiento de las parejas del mismo sexo en la Iglesia, porque considera que “una relación homosexual vivida en la estabilidad y la fidelidad puede ser un camino de santidad”. Niega la capacidad de la Iglesia de definir verdades morales de forma definitiva. Considera que en el aborto hay un “conflicto de deberes” y que la mujer debe decidir, de manera que el magisterio “ilumina, pero no puede dar más que referencias", porque “la complejidad de las situaciones hace imposible respetar todos los valores que están en juego".

- Anne-Marie Pelletier, feminista y especialista en estudios bíblicos, es partidaria de la recepción de la comunión por los divorciados en una nueva unión, porque en su opinión, contra lo que enseña el Concilio de Trento, solo algunos bautizados reciben la fuerza para ser fieles, a veces la segunda unión es “la del verdadero amor”, el “sensus fidei” indica que el pecado del adulterio sin arrepentimiento es una “configuración herida de la vida cristiana” (en lugar de la muerte de la vida de la gracia por el pecado grave) que no puede constituir un “obstáculo insuperable” y que la pastoral debería “reconciliar” a los divorciados en una nueva unión con su pasado y con el “recuerdo” de su “primera unión” para permitirles “confiar una relación muerta al poder del Resucitado”.  Es decir, cualquier cosa menos arrepentirse y dejar el pecado.

- P. Humberto Miguel Yáñez, SJ, Director del Departamento de Teología Moral de la Universidad Pontificia Gregoriana, considera que el uso de anticonceptivos puede ser lícito en algunas ocasiones, porque “la técnica no se puede contraponer a la naturaleza de las personas”.

- Monseñor Pierangelo Sequeri, sacerdote diocesano, doctor en teología y nombrado por el Papa Francisco Presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, es partidario de aplicar los razonamientos de la exhortación postsinodal Amoris Laetitia a la anticoncepción, de manera que su uso ya no se considere siempre inmoral, sino que dependa de la conciencia de cada uno.

- Otros miembros, como el P. Carlo Casalone, SJ, Director de la Fundación Cardenal Carlo Maria Martini, parecen ser favorables también a los anticonceptivos, aunque no de forma tan abierta como los anteriores. El P. Casalone, al ser preguntado el año pasado si compartía el rechazo de la encíclica Humanae Vitae manifestado por el cardenal Martini antes de su muerte, respondió que había “algunas presuposiciones que necesitaban más clarificación y la recopilación de más datos”. Uno tiende a pensar que, si alguien no puede responder claramente a una pregunta tan sencilla, quizá se trate de que no quiere responder a ella.

Curiosamente, Mons. Vincenzo Paglia, Presidente de la Academia Pontificia para la vida y Rector del Instituto Juan Pablo II para la Familia, nos aseguró que “los nuevos estatutos requieren un compromiso más fuerte de los miembros con las enseñanzas pro-vida de la Iglesia que el que requerían los antiguos” y que “los nuevos estatutos están redactados de un modo que expresa ese compromiso más claramente y con mayor firmeza que los antiguos”. ¿Cómo se conjuga esto con la realidad innegable de que varios de los nuevos miembros rechazan frontalmente las enseñanzas pro-vida de la Iglesia? Es más, ¿cómo puede ser que varios de esos miembros, que eran conocidos precisamente por defender los anticonceptivos, el aborto y las parejas del mismo sexo, como el P. Thomasset, SJ, fueran nombrados miembros? Más aún, después de que Mons. Paglia nos asegurase que los nuevos estatutos “exigen que los Miembros promuevan y defiendan los principios del valor de la vida y la dignidad de la persona, interpretados en conformidad con el Magisterio de la Iglesia”, ¿cómo se entiende el hecho indiscutible de que, cuando sale a la luz que varios nuevos miembros de la Academia rechazan frontalmente la enseñanza de la Iglesia, no son expulsados de ella?

Por un lado, casi se diría que Mons. Paglia se está riendo de nosotros cuando nos habla del “fuerte” compromiso de los miembros con la doctrina de la Iglesia. Por otro, quizá podríamos encontrar una pista sobre lo que entiende por el compromiso con la doctrina de la Iglesia si recordamos las declaraciones públicas del propio Mons. Paglia con ocasión de la muerte de Marco Pannella. En marzo de 2017, Mons. Paglia afirmó que Marco Pannella, uno de los más famosos defensores de la cultura de la muerte en Italia (aborto, divorcio, anticonceptivos, liberalización de las drogas, matrimonio homosexual y eutanasia), había luchado “para defender la dignidad de todos” y había “dado su vida por los más postergados”, por lo que su muerte era “una gran pérdida para nuestro país”.

¿En qué sentido “lucha para defender la dignidad de todos” alguien que defiende el asesinato de unos cien mil niños al año en su país? ¿Esos no son los “más postergados”? ¿Los anticonceptivos, el divorcio, las drogas, las uniones del mismo sexo y la eutanasia no son contrarios a la dignidad humana? ¿Cuántos buenos cristianos y no cristianos que realmente defienden la vida en vez de oponerse frontalmente a ella han fallecido pero no han recibido esos disparatados elogios de Mons. Paglia? ¿Cómo vamos a confiar en que la Academia para la Vida defienda la vida, cuando a su Presidente le parece que luchar por la “dignidad de todos” y fomentar el aborto son la misma cosa?

Llama la atención que, cuando se le criticó por no defender los valores cristianos, Mons. Paglia aseguró en una entrevista que estaba “tan seguro del poder de los valores cristianos que no siento la necesidad de defenderlos, se defienden solos”. No se entiende muy bien, entonces, para qué existe la Pontificia Academia para la Vida. Claro que la clave puede estar en lo que se entiende por estar “seguro", porque, en la misma ocasión, el arzobispo afirmó que también estaba “seguro” de que ninguno de los miembros de la Academia tomaría “una posición contraria a la enseñanza de la Iglesia”, una afirmación sorprendente, teniendo en cuenta que precisamente eso es lo que varios de los miembros han hecho ya en diversas ocasiones, como señaló entonces el P. Gerald Murray, y lo que siguen haciendo, como muestran las recientes declaraciones del P. Maurizio Chiodi.

Por supuesto, hay miembros de la Academia que son fieles a la doctrina de la Iglesia y que verdaderamente defienden la vida. Sin embargo, amedrentados por la postura tomada por la dirección de la Academia, permanecen callados acerca de la evidente heterodoxia de algunos de sus compañeros. En efecto, una vez que en la Academia se admiten como posturas legítimas tanto la eutanasia como el rechazo de la misma, tanto el uso legítimo de anticonceptivos como su inmoralidad, tanto el matrimonio exclusivamente entre un hombre y una mujer como su ampliación a las parejas del mismo sexo, el daño ya está hecho. La ortodoxia se ha convertido en una postura más, entre otras, en el seno de una Academia Pontificia supuestamente dedicada a defender esa ortodoxia en el ámbito de la bioética, al igual que ya sucedió en el Sínodo sobre la Familia. Esta equiparación de la verdad y el error, como nos recuerda por experiencia propia el P. Hunwicke, converso del anglicanismo, siempre conduce, a la larga, a la desaparición de la ortodoxia.

Es muy difícil no pensar que la Academia Pontificia para la Vida se está transformando, ante la pasividad de los católicos, en un bastión en el que pueden refugiarse los abanderados del rechazo de la enseñanza de la moral católica, para blindar así su propaganda de la ideología mundana en el interior de la Iglesia y su cómplicidad en la cultura de la muerte. Es decir, parece que la Academia se esté convirtiendo exactamente en lo contrario de lo que debería ser según la intención de su creador, San Juan Pablo II.

InfoCatólica.  Blog: Espada de doble filo  (10/01/18)