domingo, 17 de diciembre de 2017

Una santa patrona para los niños de carácter fuerte y aquellos con temperamentos exaltados

por Meg Hunter-Kilmer  No todos los niños de 12 años buscarían a un gobernante pagano para escupirle, pero santa Eulalia sí lo hizo.
 
La leyenda dice que santa Eulalia de Mérida era, ya desde joven, piadosa y de carácter dulce. Se dice que era modesta, devota y seria, y quizás lo fue. Pero Eulalia también tenía un carácter feroz y una voluntad de hierro, y fueron esas características las que terminaron por ganarle la corona del martirio.

Nacida a finales del siglo III en la hispano-romana Augusta Emerita, actual ciudad de Mérida, Eulalia era hija de padres cristianos de una destacada familia. Educada por un sacerdote y criada en el conocimiento del profundo amor de Dios hacia ella, Eulalia se consagró a la virginidad ya a los 12 años.

Sus padres debían haber estado extremadamente orgullosos de su devoción al Señor, pero también vieron en ella un rasgo de peligrosa testarudez. Eulalia se había comprometido ante todo con la verdad, con la bondad y con la belleza, independientemente del coste.

Así que cuando empezaron las persecuciones de Diocleciano, los padres de Eulalia huyeron a su propiedad en el campo y se la llevaron con ella. Su preocupación no era tanto porque su dulce hija cayera en manos de agentes del gobierno como que su hija indignada fuera a buscar a los perseguidores para reprenderles.

Después de todo, conocían bien a su hija. Desde luego, Eulalia estaba indignada. Por desgracia para los padres, minusvaloraron el poder de la voluntad de la joven. Parece que no se les ocurrió que, tras sacarla del contexto de peligro, Eulalia saldría a escondidas de la casa bajo el manto de la noche y regresaría a la ciudad para buscar a los impíos que exigían sacrificios paganos de hombres y mujeres cristianos.

Y eso fue exactamente lo que hizo. La muchacha de 12 años fue caminando toda la noche hasta llegar al juzgado donde el juez Daciano amenazaba a los cristianos con tortura y muerte. Todo cansancio se desvaneció cuando escuchó las exigencias del juez de que los cristianos negaran a Cristo, y entonces Eulalia se plantó como una fiera ante el tribunal pagano.  Les censuró por su idolatría y por intentar descarriar cristianos, y llegó a gritarles: “Si buscáis cristianos, aquí me tenéis a mí: soy enemiga de vuestros dioses y estoy dispuesta a pisotearlos”.

Unas palabras así provocarían, por lo general, la ira del juez, pero este se sorprendió tanto por la juventud e inocencia de Eulalia que pensó que podría bajarle los humos. Le describió las torturas que le esperaban, luego intentó tentarla con su familia noble y la vida cómoda que podría llevar. Sin duda, no podía ignorar los insultos anteriores, pero le ofreció salir libre si únicamente tocara la sal y el incienso que los otros cristianos habían sido obligados a ofrecer a unos ídolos paganos como señal de su apostasía.

Como con muchas jóvenes de 12 años, con Eulalia era difícil razonar; pero, a diferencia de la mayoría, su furia era honrada, sus palabras estaban inspiradas por el Espíritu Santo y su alma estaba preparada para sufrir inconmensurablemente por Cristo, a quien se había consagrado.

Tras agotar toda elocuencia, la joven virgen gritó al juez, escupió en su cara y pateó sus ídolos. Su arrebato no podía ser perdonado, ni siquiera teniendo en cuenta su tierna edad, así que Daciano llamó a los torturadores para que se aplicaran con la joven.

Eulalia sufrió unas torturas horribles, pero mientras miraba sus heridas, pronunció desafiante: “Tú estarás en mí escrito, sí, Señor, cómo agrada leer tales señales, que denotan, oh Cristo, tus trofeos, habla tu sacro nombre en la púrpura de sangre enrojecida”. Finalmente, fue quemada viva. La leyenda dice que, cuando murió, su alma abandonó el cuerpo en la forma de una paloma. Poco después de su muerte, una nevada cubrió su cuerpo desnudo en un sudario.

Tras leer sobre la rebelión de Eulalia contra la autoridad injusta, tras conocer su valentía y su capacidad para usar una retórica mordaz, haríamos bien en recordar lo que supimos de ella antes de su martirio: era dulce y piadosa.

Parece que, aunque tenía capacidad para el desafío, Eulalia podía atemperar su lado colérico, podía ser amable y cariñosa cuando las circunstancias lo requerían, al tiempo que podía voltear mesas y limpiar templos si era necesario.

Quizás santa Eulalia no sea alguien que queramos que nuestros hijos imiten, no exactamente, pero sí es un hermoso ejemplo de una voluntad fuerte aplicada con corrección. Por mucho que sus padres hubieran querido que fuera dócil, fue su espíritu fiero y obstinado el que glorificó a Dios y la hizo santa.

El 10 de diciembre, fiesta de santa Eulalia de Mérida, pidamos su intercesión por todos los de carácter fuerte y por nuestros tenaces hijos, porque Dios dirija el ardor de todos ellos hacia Él y les haga luchar por la virtud y la justicia con toda la fuerza que puedan reunir sus apasionadas almas. Santa Eulalia de Mérida, ¡reza por nosotros!

Aleteia    Dic 12, 2017