jueves, 28 de diciembre de 2017

Partieron..........


Con el mayor respeto y sentimiento,
en memoria de los tripulantes del ARA San Juan.
Por Prof. María Teresa Rearte (*)


      Todas las personas y las culturas han tenido que afrontar el enigma del desastre que comporta la posibilidad de la muerte. De lo desconocido, que se supone como en el caso de la tripulación del ARA San Juan. Se busca en  distintas direcciones con la esperanza de encontrar una respuesta. Pero no se la encuentra.
       Los naufragios son como la parábola de alguien que muere. Uno lo ha visto en el cine, como la nave tocada opone su consistente mole a las embestidas del agua. Lucha. Emerge. Pero el agua se muestra implacable. Y cada vez está más sumergida.
       Por fin, cansada de luchar y vencida se hunde. Como en una súplica el salmista deja oír el lamento de su voz: “¡El flujo de las aguas no me anegue / no me trague el abismo, / ni el pozo cierre sobre mí su boca!” (Sal 69, 16).
       Quizás la poesía ayude en esta empresa de evocar a nuestros compatriotas, los 44 tripulantes del ARA San Juan, desaparecidos en trágicas circunstancias que ignoramos. Por eso para evocarlos tomo prestados los versos de un poeta del siglo XIX, el español Gustavo Adolfo Bécquer, con todo el sentimiento que expresan. Dicen así: “Gigante ola que el viento, / riza y empuja en el mar;  / Y rueda y pasa, y no sabe, / qué playa buscando va. // Luz que en cercos, temblorosos, / brilla, próxima a expirar; / Ignorándolos cuál de ellos, / el último brillará. // Ese soy yo, que al acaso, / cruzo el mundo, sin pensar; / De dónde vengo, ni adónde, / mis pasos me llevarán.”
        Difícil es explicar por qué de alguna manera la humana sabiduría es impotente con relación al final de la vida del hombre. Y no despeja el horizonte. No consuela ni elimina el miedo. Es, citando palabras de R. Cantalamessa, como “el sol invernal que ilumina pero no calienta ni disuelve el hielo.”
       Cuando se hacen diferentes conjeturas sobre lo sucedido, configurando un hecho disonante que no se olvida incluso por solidaridad con los submarinistas y sus familias, me viene el pensamiento de soltar para dejar partir. En estos días que preceden al final de un año y el comienzo de otro, tengo también presente un verso que, con frecuencia, se leía escrito sobre los relojes de los claustros. Y que aludiendo precisamente a las horas que pasan, decía: “Vulnerant omnes, ultima necat”: “todas hieren, la última mata.”
       Los actuales son tiempos en los que el hombre postcristiano habla de la muerte secularizada. Cristiana, yo prefiero encomendarlos a Dios, con el espíritu del “Nunc dimittis” de Simeón, rezando: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz.” (Lc 2, 29) Recordar, a la vez, lo que Jesús resucitado le dijo a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jámás. ¿Crees esto? Credis hoc?” (Jn 11, 24-26) Felices si por la gracia de Dios podemos decir: Sí, Señor, creo.

(*) Ex profesora universitaria y del nivel superior. Escritora.