martes, 2 de agosto de 2016

Nos olvidamos de ser una familia

Cuatro aspectos plenos de una hermosa vida familiar

Esa mañana no pude más y abandone la oficina en manos de mi asistente, no me podía concentrar. El día anterior había sido mi cumpleaños, y ni mi esposa ni mis hijos se acordaron, antes no me importaba, pero ahora lo necesito. Me sentía frustrado y sobre todo, culpable, pues yo mismo, atareado en ganar dinero, casi siempre olvide alimentar valores para permanecer muy unidos y festejar nuestra vida familiar.

De pronto mi matrimonio y familia, que parecían perfectos ante nuestro pudiente entorno social, empezó a no serlo tanto ante mis ojos.

Mi empresa crecía, mi esposa se veía contenta con una apretada agenda social y mis hijos en la adolescencia y primera juventud, eran buenos estudiantes. Vivíamos de prisa con un mínimo trato que parecía ser lo funcional. En los fugaces contactos entre nosotros, hablábamos solo de cosas: de noticias, calificaciones, diversión, del último viaje, de trabajo, o…dinero. Parecía que no hacía falta tiempo ni la confiada intimidad tan necesaria para alimentar el amor… pero el mínimo trato ocultaba en realidad una real indiferencia. Por ello el más pequeño conflicto ponía en evidencia un egoísmo en el que nadie cedía un ápice. Era un primero yo, después yo y por ultimo yo.

Había un equilibrio que exigía demasiadas condiciones que alimentaban el egoísmo. La vivencia del amor familiar se nos iba de las manos. Yo había participado en todo aquello, ahora me sentía decepcionado, triste…solo.

Eso sí, teníamos mucho dinero. 

Un día, sin haberlo planeado acepte la invitación de un viejo amigo a la celebración de sus bodas de plata, lo hice siguiendo un impulso por alejarme un poco del trabajo, compromisos y las prisas… quería pensar, sobre todo, en mi crisis familiar. Lo hice sin despedirme de mi esposa, ni de mis hijos, seguro de que no habrían querido acompañarme, entre otras razones porque mi amigo no figuraba entre la lista de nuestras selectas y ricas amistades. Yo mismo lo admito, siempre lo había ignorado por los mismos motivos, aunque él siempre me busco. Por eso tenía años de no verlo, a pesar de que vivía en una pequeña ciudad a solo a una hora de camino.

Decidido tome una carretera secundaria sombreada por añosos y grandes árboles entre campos labrados.

Al llegar, me estacione frente a una modesta casa con un pequeño y cuidado jardín en cuya cochera observe un auto de modelo viejo muy bien conservado. Mi amigo salió a recibirme con la más cordial y sincera sonrisa, orgulloso me paso a su casa y me presento a sus amables hijos, nueras, yernos y primeros nietos, para luego irnos todos a misa y regresar a departir. Mientras, me avergüenza reconocerlo, prejuiciosamente yo me medía haciendo rápidas comparaciones tratando de justificarme en lo que consideraba mis logros y encontrar una respuesta a mi frustración. Así que hice consideraciones sobre su ciudad, colonia, coche, casa, vestimenta, amistades, la misma fiesta… Vaya pensé, es un pobretón, dos de mis coches valen un poco más que todo esto… pero… bueno, ya estoy aquí. Y me decidí a convivir de amable manera, por aquello de que lo cortés no quita lo adinerado.

Al final todos salieron a despedirme, poniéndose a mis órdenes entre abrazos confiados, sobre todo mi amigo. Emprendí el regreso pero ya no era el mismo, hubiera querido quedarme más tiempo en ese ambiente de acogedor calor humano, fresco, espontaneo. Un ambiente sin los encorsetamientos a que tan acostumbrado estaba.

En el camino retome las comparaciones, pero ahora, desde otros ángulos donde resulte ser yo el pobretón y mi amigo poseedor de una riqueza que quedo muy clara ante mis ojos. Una riqueza que envidie con envidia de la buena, y para la que mi dinero no alcanzaba, no servía.

Una riqueza que puedo describir encuatro aspectos plenos de una hermosa vida familiar.
A la iglesia asistieron muchos de sus amigos, cuya estima solo tenía que ver con que eran verdaderamente queridos en su comunidad. No eran relaciones de conveniencia, ni de simple afinidad socioeconómica.
Sus hijos guardaban un ambiente de confianza entre ellos unidos por el amor, la admiración y el respeto hacia sus padres. Su ambiente era auténticamente alegre y festivo en torno al motivo de celebración.
Mi amigo se tomaba constantemente de la mano con su esposa, y en los ojos de ambos se podía ver la alegría de un amor del que hacían participes a los demás. Daban testimonio de la promesa hecha hacia veinticinco años en el altar, de amarse y respetarse todos los días de su vida, habiendo sin dudas pasado muchas pruebas, como todo matrimonio.
Mi amigo y su esposa hablaban orgullosos y agradecidos de Dios por la familia que habían formado.

Ellos tenían lo esencial y lo valoraban como una verdad que nada ni nadie les podría quitar. 

Mi familia en cambio, dependía solo de lo que se puede ver, tocar, medir y a lo que corresponde un valor por el que se pueda comprar.

Estábamos olvidando que el verdadero valor de las cosas solo se ve con el corazón. En otras palabras, de seguir así, terminaríamos tan pobres que lo único que tendríamos seria dinero, y el dinero es algo que cualquiera puede terminar perdiendo.

Regrese decidido a comenzar un proceso de restauración de lazos familiares, consciente de que implicaría paciencia para lograr mejorar gradualmente, y de que nunca es tarde para el amor.

El plan consistió en concienciar a mi esposa, y luego a nuestros hijos, de la necesidad de cambios importantísimos, participando más que nada con nuestro ejemplo de padres.

Nos pusimos de acuerdo en aspectos como:
Comer siempre juntos, los que coincidamos en casa.
Promover charlas de sobremesa, sin celular, de preferencia con la nota de anécdotas familiares.
Hacer del domingo un día familiar, comiendo en casa, ya que en los restaurantes se da el compromiso de departir con conocidos, más ruido y distractores y no se da la intimidad familiar.
Buscar a mis hijos uno a uno, para un trato personal, dependiendo de las circunstancias, en alguna caminata, café o desayuno.
Asistir a misa juntos los domingos.
Proponer charlas en la que nos abramos a compartir sentimientos, convicciones, alegrías, penas, en torno a los sucesos en la vida de cada miembro de la familia.
Dar ejemplo en manifestaciones de afecto abrazando a mis hijos, a mi esposa.
Establecer reglas en el uso de audífonos y celulares, etc. en los momentos de convivencia.
Dar ejemplo de una nueva actitud conciliadora en el manejo o de conflictos, promoviendo la generosidad y la solidaridad.
Aprender a pedir las cosas por favor, y dar las gracias.
Quien salga de viaje, llamar, enviar whatsapp con manifestaciones de cariño y comentarios sobre las vivencias del momento y algunas fotos.
Cuando coincidan eventos sociales con los de la familia, darle prioridad a la familia.

Entre tantos otros aspectos que se pueden ir incorporando gradualmente.

Es importante no proponerse muchos cambios desde un principio, pues al no alcanzarlos, puede darse el desánimo. Es mejor, pocos, concretos e ir construyendo sobre estos.

Nosotros vamos logrando con mucha paciencia reavivar los lazos del amor, no ha sido fácil, pero cada pequeño logro crea grandes dosis de satisfacción por las que vale la pena seguir adelante en el proyecto de reconstruir una comunidad de vida y amor. Esforzándonos por escoger la mejor parte del matrimonio y la familia, esa que nada ni nadie nos podrá quitar.

La familia contiene en sí toda la capacidad natural de auto regenerarse, si se apela con toda libertad al amor incondicional que funda las relaciones de sus miembros. 

Por Orfa Astorga de Lira.

Máster en matrimonio y familia, Universidad de Navarra.

Escríbenos: aconsultorio@aleteia.org