domingo, 19 de octubre de 2014

Día de la madre.

Mons. José M. Arancedo.
Celebramos este domingo el Día de la Madre.
Celebrar es poner la mirada en algo significativo de nuestra vida y de la sociedad, para reflexionar sobre su valor y motivar nuestro agradecimiento. La celebración del Día de la Madre convierte a nuestra historia en memoria agradecida. Cuando perdemos de vista el valor de la trasmisión de la vida a través de una familia, y en ella de modo especial del cuidado de la madre, nos empobrecemos y se empobrece la cultura de un pueblo. Necesitamos celebrar a nuestra madre para conservar la conciencia de ser hijos. Esto nos hace bien. Hoy nuestra mirada y afecto deben dirigirse a ella, se lo merece y lo espera. ¡Qué mayor alegría puede haber para una madre que la presencia de su hijo! Esto no tiene un valor comercial, nos habla de la vida como un don recibido.
Cada uno de nosotros tiene la memoria de una historia que ha vivido y recuerda, pero puede suponer y reconocer ese tiempo de amor y cuidado que no recuerda, pero sabe que existió. La historia de una vida comienza antes del nacimiento, cuando éramos una verdad oculta y bien cuidada. Esta realidad de nuestra vida conservaba en el silencio de la madre un plus de afecto y de esperanza, que se hizo gozo con nuestro nacimiento. Luego vendrá esa historia más conocida que tendrá sus momentos más personales que han dado forma a nuestro caminar en la vida. La maternidad forma parte de la condición de la mujer, de su dignidad y grandeza. Doy gracias a Dios, decía San Juan Pablo II: “por cada mujer, por la medida eterna de su dignidad femenina” (Mulieris Dignitatem).
Recuerdo, en este sentido, un texto del Documento de Aparecida que quiero compartir con ustedes: “Urge, dice, valorar la maternidad como misión excelente de las mujeres. Esto no se opone a su desarrollo profesional y al ejercicio de todas sus dimensiones, lo cual permite ser fieles al plan originario de Dios que da a la pareja humana, de forma conjunta, la misión de mejorar la tierra. La mujer, continua, es insustituible en el hogar, la educación de los hijos y la trasmisión de la fe. Pero esto no excluye la necesidad de su participación activa en la construcción de la sociedad. Para ello, concluye, se requiere propiciar una formación integral de manera que las mujeres puedan cumplir su misión en la familia y en la sociedad” (Ap. 456). Esta reflexión, valorando lo propio, nos habla de la igualdad social y política de la mujer.
Hago llegar mi saludo y afecto a todas las madres en su día, también elevo una oración por aquellas que nos dieron vida, nos cuidaron con tanto amor, y hoy no están. Reciban de su obispo mi bendición en el Señor Jesús y María Nuestra Madre.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz