jueves, 5 de julio de 2012

El reto que la agnóstica Julie Davis le lanzó a Dios: «Si me das una casa nueva, creeré en Ti»


Julie era hija de ateos y en su familia nunca se habló de religión. Su viejo piso llevaba más de un año sin venderse. Y decidió hacer un pacto con un Dios que no sabía ni si existía. Pero Dios, como suele suceder, hizo lo que a Él mejor le pareció.     por Pablo J. Ginés/ReL


"Mis padres son ateos, así que en nuestra casa no había religión", empieza la norteamericana Julie Davis su testimonio. "Ellos nunca intentaron que tuviésemos prejuicios contra la religión, simplemente nunca hablaron de ello. Era como hablar de sexo, la regla no escrita es que simplemente no se menciona. Nos enseñaron a ser buena gente según la cultura popular: trabaja duro y hazlo bien, sé honesto, no robes, engañes o mientas. Y aprendimos que todo lo demás es relativo. Mientras no dañes a otros ni violes la ley, lo que hagas es cosa tuya. Por supuesto, aunque nunca lo dijeron, todos sabíamos que esa gente aburrida que iba a misa era débil, porque necesitaba una muleta como la religión para apoyarse". 
Un matrimonio alejado de la fe 
Julie se casó con Tom, un católico que hacía mucho que no pasaba por la Iglesia. Tampoco lo hacía el suegro de Julie, porque se había enfadado con la Iglesia debido a los cambios que llegaron con el Concilio Vaticano II y que a él le resultaban insoportables. El caso es que durante los primeros años de matrimonio, la religión no significaba nada en casa de Julie... "hasta que Dios usó lo que más nos importaba para captar nuestra atención". Su hija Hannah, aún en un curso preescolar, tenía muchos problemas con un mal profesor en el colegio público, y decidieron llevarla a una escuela católica. Allí, la profesora de religión dijo a los niños: "que levanten la mano los que van a misa los domingos". Casi todos los niños levantaron la mano. Hannah no. La profesora encargó a los niños que dijesen a sus padres que deberían ir a misa los domingos. Hannah así lo comentó en casa. Julie y Tom empezaron a explicarle razones por las que no tenía sentido que ellos fuesen a misa, pero a la niña le sonaban a excusas absurdas "y empezó a citarnos sus clases de religión. Muy pronto empezamos a asistir a la misa semanal en St. Thomas", la parroquia de la escuela. 
Retando al Dios desconocido 
"Yo ni siquiera estaba segura de que hubiese un dios", recuerda Julie. Se sentaba en la misa, el cura predicaba cada semana, y ella decidió averiguarlo. "¡Yo era tan lista! Encontré una forma segura de comprobarlo. Durante un año habíamos probado de todo para vender nuestra casa. Aunque el agente nos decía que todo estaba bien,nadie había hecho ni una sola oferta. Así que un día me arrodillé en misa e hice un pacto con Dios. Todo lo que tenía que hacer Él era darme una casa nueva, como señal. Así sabría que Él existe y tendría casa nueva". Pero no pasó nada. Excepto que, habiendo tenido ya un primer contacto con Dios, ahora Julie prestaba algo de atención en misa. Cada vez más. Y pensaba. "Un año después, mientras nos arrodillábamos en misa un domingo, le dije a Dios que se olvidase del pacto, que ya no necesitaba pruebas. No era por ninguna sensación o descubrimiento dramático. Simplemente, ya no tenía razones para no creer, así que acepté Su Existencia en fe".
Coincidencias asombrosas 
Y esa misa semana pasaron cosas inesperadas. Su contable descubrió errores en los impuestos de años anteriores y consiguió que les devolvieran 11.000 dólares. Lo justo para dar una entrada para una nueva casa, con muebles y alguna reforma. "En una época en que las casas se vendían a los pocos días de salir al mercado, encontramos una, perfecta para nosotros, que llevaba durante meses ahí, sin razón aparente, y que acababan de rebajarla justo acomodándose a lo que teníamos. Y dos semanas después vendimos nuestra casa a una chica que vivía a seis manzanas y estaba decidida a comprar una vivienda con exactamente las condiciones que la nuestra ofrecía. Los vendedores nos decían que nunca habían visto nada igual. Así que ya no creo en las coincidencias". 
Anhelo doloroso por la Eucaristía 
Ahora Julie tenía casa y era una deísta que iba a misa, pero ni era ni se consideraba católica. Pero las cosas se movían en su familia. Su esposo, Tom, se confesó, y empezó a ir a comulgar, más o menos en las mismas fechas en que sus dos hijas hacían la Primera Comunión. Al principio, a Julie no le importaba nada esperar sentada mientras la gente y su familia iba a comulgar, pero con el tiempo desarrolló "un anhelo por la Eucaristía que se convirtió en un verdadero dolor físico. Fue algo que duró meses. Unas semanas antes de Cuaresma decidí que tenía que averiguar cómo hacerme católica, porque ya no aguantaba más. Cuando me dijeron que tenía que hacer el curso de iniciación cristiana para adultos y esperar todo un año hasta la siguiente Cuaresma no me lo podía creer. Fue el año más largo de mi vida, aunque descubrí que el curso de iniciación para adultos era un interesante viaje espiritual en sí mismo, algo que no esperaba". Julie, una lectora empedernida, que mantiene un blog llamado Happy Catholic, donde comenta sus lecturas, señala que, curiosamente, los libros no tuvieron nada que ver en su conversión. No leyó ningún libro sobre el tema. "Dios decidió llegar a mí por una vía en la que no había libros en absoluto, fue algo entre Dios y yo, sin que nadie más influyese". 
Regalo inesperado de Pascua 
Finalmente, en la Vigilia Pascual del año 2000, 6 años después de empezar a creer en Dios, Julie entró en la Iglesia católica. "Era maravilloso ser católica, poder recibir la Eucaristía. Me encanta. Me encantan las tradiciones, me encantan los santos, me encanta la eucaristía, me encanta ser católica", escribe en su testimonio de WhyImCatholic. Además, recuerda con un cariño especial ese día porque su suegro, asombrado por la seriedad con que su nuera agnóstica se había volcado en la fe, decidió reconciliarse con la Iglesia. Sin decirlo a nadie, se confesó y cuando llegó a la Vigilia Pascual, sorprendiendo a todos y sonriente, fue a comulgar con su nuera, después de décadas sin acudir a misa. "Dios había usado mi conversión no solo para mi bien sino para llegar a alguien cercano a mí... y yo no me había ni dado cuenta", recuerda Julie. Solo después descubrió asombrada que había gente que escribía sobre su itinerario de fe, que explicaba la doctrina de forma razonable, etc... Así, en su confirmación le regalaron un libro de Scott Hahn, y después descubrió otros de Peter Kreeft, Francis Sheed, etc... Hoy, desde su blog comparte experiencias de fe, comenta la actualidad, invita a orar y se declara "una católica feliz: no siempre feliz, pero siempre feliz de ser católica".