por Pablo Yurman
Desde hace un tiempo se advierte una indiferencia social cada vez mayor hacia el consumo de drogas. Tal afirmación no constituye una novedad toda vez que desde los medios masivos se hace apología, de manera monocorde y como si de un lugar se tratara, del consumo de estupefacientes.
El tema es complejo y admite distintos análisis. Pero hay que tener en cuanta algo que los apologistas de esta nueva forma de esclavitud humana que constituye el consumo de psicotrópicos, habitualmente esconden: junto al aumento del consumo, aumentan los centros de rehabilitación de adictos, lugares en los que la frase “si yo consumo, a quién molesto” rápidamente se sustituye por la elocuente “pensé que lo podía manejar, y aquí estoy”. Quienes se muestran partidarios de la despenalización del consumo personal de estupefacientes suelen acudir irremediablemente al “modelo holandés” sobre el particular. A desmitificar dicho “modelo” se limita este artículo.
El modelo
Holanda sigue desde 1976 una política “pragmática” sobre la droga. Por una parte se permite la venta de pequeñas cantidades de drogas blandas (léase, marihuana o hachís) bajo circunstancias estrictas y por otra, sigue sin disminuir la lucha contra las drogas duras (cocaína, heroína, crack, etc.). La justificación oficial de esta actitud pasa por el deseo de conseguir que los consumidores de drogas blandas no ingresen en el circuito criminal, y lo hagan en lugares especialmente destinados a tal fin, los famosos “coffeeshops”, en donde se tolera la venta de cinco gramos a lo sumo, de hachis o marihuana. Pero el comercio de drogas duras está terminantemente prohibido, también en esos sitios.
Y los mitos que lo rodean
Veamos ahora algunos de los mitos generados y difundidos por algunos irresponsables apologistas respecto de la experiencia holandesa.
Mito 1: Holanda ha sido exitosa en su política de tolerancia. Tal afirmación resulta al menos parcialmente errada. En efecto, si la política de “tolerancia” con respecto al consumo de drogas lleva más de treinta años de aplicación (es decir, una generación completa) y sigue existiendo inclinación al consumo entre los jóvenes cuyas edades van de entre los 14 a los 16 años, ello habla del rotundo fracaso de la política de información sobre los perjuicios para la salud derivados de la ingesta de estupefacientes. Holanda ha sufrido un 50% de aumento de adicción a la heroína durante los años noventa y tiene el más alto índice de consumo de cocaína entre los 14 y los 16 años de toda Europa.
Mito 2: tal política tiende a ser imitada por terceros países. Falso. De hecho, la despenalización trajo innumerables problemas a las autoridades holandesas en la coordinación de tareas con los países vecinos, países que si bien en los últimos tiempos se muestran proclives a revisar sus propias legislaciones, no parecen dirigirse a imitar el modelo de los Países Bajos, adoptando en cambio el modelo sueco, al que me referiré más adelante. En todo caso, el cambio de tales legislaciones viene de la mano con una postura crítica al actual estado de cosas, esto es, que tampoco se puede neutralizar el dañino efecto de las drogas solo con prohibiciones y penas de prisión, pero ello, de ninguna manera puede considerarse ligeramente como un guiño europeo a la denominada política de tolerancia.
Mito 3: la despenalización produjo la baja en el consumo.
Son las propias estadísticas oficiales holandesas las que demuestran todo lo contrario. Las cifras, tomadas de alumnos de colegios secundarios, dan cuenta de que durante los últimos veinte años ha aumentado el consumo de alcohol, marihuana y cocaína.
En los primeros años posteriores a la legalización, se redujo considerablemente el número de delitos vinculados al consumo y comercio. Pero esa realidad se revirtió posteriormente y en la actualidadsigue existiendo narcotráfico y mafia (actualmente en poder de clanes provenientes de antiguas colonias holandesas) lo que ha motivado, en los hechos y a contrario de lo que escuchamos acá en Argentina, un endurecimiento en la política de tolerancia.
En síntesis, el país europeo que se jacta de su política de “tolerancia” ha fracasado rotundamente en el logro del principal objetivo de toda política que aspire a cierto grado de seriedad en este tema: evitar que cada día que pasa, más y más jóvenes sigan volcándose al consumo de drogas. Inmersos en una política abocada al abordaje de un problema tan complejo, pero solo en su aspecto higiénico, los holandeses parecen haber perdido la orientación en esta materia, que ha de estar dada principalmente en la recuperación del adicto (y no en procurar que se drogue de una manera lo más higiénica posible) y en evitar que nuevas generaciones experimenten.
El otro modelo
Sin embargo, el holandés no es el único modelo posible dentro de lo que podríamos considerar una política liberal frente a las drogas. En los años sesenta los suecos adoptaron una política de liberalización de drogas consistente básicamente en la prescripción médica de droga a los usuarios de inyecciones intravenosas. Pese a ello, en un par de años no solamente la población de adictos aumentó sino también los índices de criminalidad. Se abandonó así la política liberalizadora y el gobierno se propuso el objetivo de una sociedad libre de drogas.
En vez de optar por el cambio de jeringas y el suministro de drogas, las autoridades ofrecieron servicios de desintoxicación y centros de tratamiento residencial. En Suecia se sinceraron como sociedad y llegaron a la conclusión de que drogarse no constituye un bien para nadie y que el gobierno y la sociedad no pueden ser indiferentes ante el consumo de sus ciudadanos.
Los holandeses apostaron a la neutralidad de la sociedad ante el adicto y están pagando las consecuencias del desborde. Los suecos, en cambio, tras reflexionar luego del fracaso, comprendieron que no sería a través de la indiferencia social, sino con el compromiso de todos, el lograr erradicar el problema.
/ArgentinosAlerta
Posted: 08 Jun 2012 02:04 PM PDT