sábado, 15 de diciembre de 2018

Beatificaciones en Argelia

 Prof. María Teresa Rearte (*)
Con frecuencia se mencionan los valores. Pero pocas veces, casi ninguna, se pronuncia la palabra virtud. La que es, como dice Santo Tomás, ultimum potentia. Es decir la máxima realización de las posibilidades humanas en el orden natural y sobrenatural.
 
 Esto es apenas un enunciado para mencionar las virtudes cardinales. Entre las que la prudencia y la justicia perfeccionan de modo mediato a quien las ejecuta, porque inmediatamente se orientan a la determinación intelectual del bien y a su ejecución. Por su parte las virtudes de la fortaleza y la templanza de modo directo conciernen a la formación del ethos en quien las practica.

La Fortaleza: virtud del bien arduo
 La virtud de la fortaleza supone el reconocimiento de la existencia del mal. Algo que el liberalismo, con el optimismo mundano que lo caracteriza, no advierte. El reconocimiento de la iniquidad, del mal, del mal que hacemos y del mal que padecemos, es  el presupuesto necesario sobre el que se concibe el sentido de los hábitos virtuosos de la fortaleza y la templanza. A su vez,  el concepto de bien arduo es la piedra angular de la  concepción cristiana de la vida. La que incluye también el reconocimiento de la vulnerabilidad. Si el hombre puede y necesita ser fuerte es porque es vulnerable. La fragilidad de la existencia humana hace que el hombre pueda ser herido. La más grave de las heridas es la muerte.
      La virtud de la fortaleza tiene dos vertientes: soportar y emprender. Santo Tomás  da la primacía al primero de estos aspectos, porque quien soporta sufre el ataque de algo o alguien que, si le ataca, es porque es más fuerte que él. Quien emprende algo, en cambio, lo hace porque se sabe con capacidad y fuerzas para hacerlo. También porque quien soporta se encuentra ante un inminente peligro. En tanto que quien emprende, puede preverlo como algo futuro.

El martirio.
 El martirio es el acto principal de la virtud de la fortaleza. Sobre el cual la doctrina tomista es particularmente sobria. Es un justo elogio reconocerlo. Santo Tomás  aconseja   que no se dé ocasión para el martirio. No se trata de vivir peligrosamente; sino rectamente. Por lo que lo considera como la testificación de la verdad. Una definición nos dice que el martirio es el acto de la virtud de la fortaleza por el que se sufre voluntariamente la muerte en testimonio de la fe. O de otra virtud cristiana relacionada con la fe. A mi criterio, una virtud puramente natural, sin relación con la gracia divina, no me parece que se dé en el martirio y en la existencia histórica del cristiano. Lo expuesto, aunque breve,  viene al caso de las beatificaciones que recientemente se celebraron en Argelia.

Los mártires de Argelia.
 Por disposición del Papa Francisco el sábado 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, en el santuario de Nuestra Señora de la Santa Cruz de Orán, tuvo lugar la Beatificación de 19 religiosos católicos, entre los que se cuentan los 7 monjes de Tiberíades, asesinados en Argelia, durante la “década negra” de la guerra civil. Se trata de la primera ceremonia de beatificación de mártires dispuesta por la Iglesia Católica en un país musulmán.
       En carta al Cardenal Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y enviado especial del Santo Padre, éste le escribía así: “ El mismo Jesús, Hijo de Dios, que ha sufrido la persecución y la muerte cruel en la Cruz, sin ninguna culpa”, había anunciado a sus discípulos: “acuérdense de lo que les dije. El servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a Mí, también los perseguirán a ustedes.” El martirio de estos 19 cristianos confirma, al decir del Pontífice,  que “las persecuciones no son una realidad del pasado, porque hoy también las sufrimos, sea de manera cruenta, como tantos mártires contemporáneos, o de un modo más sutil, a través de calumnias y falsedades.” Por mi parte añado que las noticias que nos llegan dan cuenta del martirio de cristianos en el mundo, en el curso del Tercer Milenio Cristiano.
      Los monjes de Tiberíades, a 80 km al sur de Argel, cuyo martirio inspiró la película “De dioses y hombres” (2010), del francés Xavier Beauvois, fueron secuestrados en marzo de 1996, en su monasterio de Notre-Dame del Atlas, sin que las circunstancias de su asesinato, que se adjudicara el Grupo Islámico Armado (GIA), hayan sido debidamente aclaradas hasta el presente. A ellos se refirió el Papa Francisco en la exhortación apostólica “Gaudete et exsultate”, sobre la santidad. Al mismo tiempo fue Beatificado Monseñor Pierre Claverie, Obispo de Orán y defensor del acercamiento entre las religiones, que murió por la explosión de una bomba el 1 de agosto de 1996.  Junto a él murió su chofer musulmán que sabía los riesgos que corría por servir a un extranjero, cristiano y por añadidura Obispo. En el atentado se mezclaron la sangre de un cristiano y un musulmán.  También fueron Beatificados 5 religiosos y 6 religiosas, éstos asesinados por disparos entre los años 1994 y 1995 a 100 km de Argel. Procedentes de distintas órdenes religiosas los unió la cercanía con el pueblo. Allí trabajaban, habían estudiado el árabe y el Corán. Y se habían abierto al diálogo entre cristianos y musulmanes. Todos habían sido autorizados por sus respectivas órdenes para abandonar  el territorio argelino; pero prefirieron permanecer junto al pueblo en testimonio de cercanía y unidad.
      Como antes dije es la primera vez que la Iglesia Católica realiza una ceremonia de Beatificación de mártires en un país musulmán. Lo que hace aún más importante la  celebración en Argelia. No se trata de “glorificar la muerte de cristianos frente a los musulmanes; sino de celebrar su muerte al lado de tantos mártires argelinos”, decía el Padre Thomas Georgeon, postulador de la causa. Y añadía que la Iglesia Católica se considera “cercana a todos los que fueron fieles a Dios en Argelia, a su conciencia y al amor a su país durante esos años negros.” Entre los que se incluyen 144 imanes (argelinos) abatidos por negarse a justificar la violencia de los grupos armados, así como también intelectuales, periodistas y familias. Cerca de 200 mil personas murieron durante la guerra, incluyendo civiles, víctimas de atentados o de masacres. Por su parte, en ese contexto, Monseñor Paul Desfarges expresaba: “Queremos seguir siendo esta Iglesia de amistad, de fraternidad y convivencia.”
       Es importante tener claro que el martirio, antes que derramamiento de sangre, es testificación de la verdad. El Padre Thomas Georgeon, postulador de la causa de beatificación, ha definido a estos mártires como los “Beatos del diálogo y la simplicidad.” Ninguno estaba allí por casualidad. Creían en el diálogo interreligioso, por medio de la vida cotidiana. Se sintieron motivados por el deseo de hacer presente a Cristo en aquella comunidad pequeña y pobre.

El monasterio de Thibirine hoy.
 Se sabe que desde hace más de 2 años hay allí una comunidad del Chemin Neuf, formada por 4 miembros. Es meta del peregrinar en su mayoría de musulmanes (el 95%), sorprendidos por la presencia gratuita de esos hombres de oración. Van a rezar a la tumba de los monjes. Muchos de ellos visitan la tumba de fray Luc, que era médico, porque algunos de sus familiares fueron atendidos por él.

      (*) Ex Profesora de Ética Filosófica, de Teología Moral y Ética Profesional y de Teología Dogmática en la UCSF. De Ética Filosófica en el Instituto Superior Particular “San Juan de Ávila” de Santa Fe. Escritora.