jueves, 11 de octubre de 2018

Gobierno USA rompe el contrato de compra de trozos de bebes abortados para la investigación

por Juanjo Romero
Recreación de una quimera hombre-cerdo

La FDA (Food and Drug Administration, Administración de Medicamentos y Alimentos) es la agencia gubernamental que regula entre otras cosas las medicinas y aparatos médicos y los residuos biólógicos. La FDA había firmado un contrato con Advanced Bioscience Resources (ABR) para obtener trozos de bebés abortados, necesitaba «tejidos humanos frescos» para crear quimeras con ratones con la finalidad de que tuviesen un sistema inmunológico humano y poder probar medicamentos.

El «ministerio de salud» (el HHS) del gobierno Trump, ha rescindido el contrato el pasado 24 de septiembre:

    «El HHS no estaba suficientemente seguro de que el contrato incluyera las protecciones apropiadas aplicables a la investigación con tejido fetal ni de que cumpliera con todos los demás requisitos de adquisición. Como resultado, ese contrato ha sido rescindido y el HHS está llevando a cabo una auditoría de todas las adquisiciones que incluyen tejido fetal humano para asegurar la conformidad con las leyes y reglamentos sobre la adquisición e investigación con tejido fetal humano.»

La noticia, buena noticia, limitadita, pero buena, tiene mucho más trascendencia que una nueva victoria provida más.

La agencia CBSNews destapó el caso y puso de manifiesto que es sólo uno de los contratos que tiene el gobierno. En paralelo ochenta y cinco miembros del Congreso enviaron también un requerimiento a la FDA: «Los niños no nacidos no son productos que se deban comprar o vender. La práctica de realizar investigaciones utilizando las partes de los cuerpos de los niños cuyas vidas han sido violentamente terminados por el aborto es aberrante».

Y al margen de la relación que tiene con el escándalo del año pasado de los videos que demostraba que la multinacional abortista Planned Parenthood comerciaba con los bebitos muertos, el hecho vuelve a poner en primer plano uno de los debates bioéticos más importantes en los próximos años: las quimeras humano-animales.

El proceso de producción de organismos animales con tejidos u órganos humanos consiste en introducir células madre humanas en embriones tempranos de animales, de manera que el individuo animal que se desarrolle forme en su interior tejidos y órganos humanos. Las aplicaciones en medicina regenerativa y para el testeo de medicamentos y procedimientos pueden ser prácticas, pero presentan unas grandes objeciones bioéticas, y no sólo por las limitaciones de la técnica en este momento.

El NIH (Instituto Nacional de la Salud de Estados Unidos) lanzó una ronda de consultas en 2016. El National Catholic Bioethics Center emitió una breve recomendación que se puede categoriza los aspectos problemáticos en dos categorías principales:

¿De dónde salen las células madre humanas?Aquí se repite la misma argumentación que en el caso de los tratamientos con células madre. No son lo mismo las células madre embrionarias que las adultas. El tiempo ha demostrado, además, que la investigación con las adultas, que presentan menos problemas éticos, ha sido la más exitosa. El experto bioético Padre Tadeusz Pacholczyk, del NCBC lo resume así:

    «Esas células provienen de la elección intencional de destruir humanos jóvenes en sus etapas embrionarias, una acción gravemente inmoral. Para que la investigación con quimeras fuese ética, solo se deben utilizar para el procedimiento fuentes alternativas no embrionarias de células madre (como células madre adultas o células madre pluripotentes inducidas)».

Los seres humanos en sus etapas embrionarias más tempranas y más vulnerables deben ser salvaguardados, no explotados, tanto en entornos clínicos como de investigación.

La investigación tampoco debe involucrar la producción o el uso reproductivo de los gametos humanos (esperma y óvulos) dentro de los animales. Los animales en los que tales linajes podrían surgir involuntariamente no solo nunca deberían permitirse reproducirse entre ellos, sino que deberían ser sacrificados, y la derivación de cualquier esperma humano, óvulos o células relacionadas de dichos animales o sus cadáveres con fines reproductivos debería estar específicamente prohibida.

¿Cuál es la finalidad? Especialmente en el caso de células pluripotentes (y por eso hay que descartar las embrionarias), dado que «pueden terminar siendo cualquier cosa», no habría manera de asegurar que esas células humanas no terminasen en el cerebro o en los órganos reproductivos.

En palabras del P. Pacholczyk:

    «Las células madre pluripotentes humanas o los derivados relacionados no deberían ser introducidos en embriones no humanos post-gastrulación a menos que la replicación de los principales pilares de la identidad humana puede evitarse en los sistemas cerebrales de esos animales».

Además hay otras cuestiones como la salvaguarda de las especies, de los peligros que supondría estas prácticas con primates. En definitiva, todo aquello que atenta gravemente contra la dignidad de la persona. Persona humana, no hay otra.

El desprecio a esa «dignidad» traerá sus propias consecuencias, no puedo más que recordar la entrevista de Peter Seewald a Ratzinger en Dios y el Mundo.

Preguntaba el periodista sobre la ruptura del último tabú: el árbol de la vida, mandado proteger por Dios a los querubines en el Paraíso. La repuesta del entonces cardenal era profética:

    «Lógicamente se puede profundizar mucho más en esa simbología. Ahora presenciamos cómo los seres humanos empiezan a disponer del código genético, a servirse realmente del árbol de la vida y a convertirse a sí mismos en dueños de la vida y de la muerte, a montar la vida de nuevo; desde luego es necesario prevenir de verdad al ser humano sobre lo que está ocurriendo: está traspasando la última frontera.

    Con esta manipulación, un ser humano convierte a otro en su criatura. Entonces el ser humano ya no surge del misterio del amor, mediante el proceso en definitiva misterioso de la generación y del nacimiento, sino como un producto industrial hecho por otros seres humanos. Con lo queda degradado y privado del verdadero esplendor de su creación.

    Ignoramos lo que sucederá en el futuro en este ámbito, pero de una cosa estamos convencidos: Dios se opondrá al último desafuero, a la última autodestrucción impía de persona. Se opondrá a la cría de esclavos, que denigra al ser humano. Existen fronteras últimas que no debemos traspasar sin convertirnos personalmente en destructores de la creación, superando de ese modo con creces el pecado original y sus consecuencias negativas.

    Es irrefutable: la vida del ser humano tiene que seguir siendo intocable. Aquí es preciso poner límites, una vez más, a nuestra actuación, a nuestros conocimientos, a nuestro poder y a nuestra experimentación. La persona no es una cosa, sino que refleja la presencia del mismo Dios en el mundo.

    […] No se trata de frenar la libertad de la ciencia o las posibilidades de la técnica, sino de defender la libertad de Dios y la dignidad de la persona, que es lo que está en juego. Quien haya adquirido esta opinión sobre todo por la fe –aunque hay también muchos no cristianos que la comparten–, tiene asimismo la obligación de responsabilizarse de que esa frontera sea percibida y reconocida como infranqueable».

Artículo publicado originalmente en Actuall, el 28 de septiembre de 2018

InfoCatólica. Blog: De lapsis (1/10/18)