viernes, 30 de marzo de 2018

Chesterton, la eugenesia y el aborto de nuestros días.


Una polémica de hace un siglo no perdió actualidad. Chesterton era un polemista cristiano entregado al combate intelectual. 
por Jorge Martínez

Aunque parece lejana en el tiempo, la obra de G.K. Chesterton (1874-1936) contiene incontables referencias a temas que hoy dominan el debate público. Esto es así porque en su vena de polemista cristiano, el rotundo inglés estaba siempre en batalla. Y sus adversarios eran los promotores de este mundo descarriado y cada vez más absurdo que nos toca vivir. Esos adversarios podían cambiar pero todos tenían en común el espíritu nihilista de una sociedad, la inglesa posterior a la era victoriana, que parecía enemistada con la vida y se abrazaba a su propia decadencia y extinción.

Uno de los blancos predilectos de Chesterton era la eugenesia. Es decir, aquella pretensión seudocientífica de que se podía mejorar a la población mediante la selección biológica de sus miembros. Una idea que se volvió "políticamente incorrecta" tras la derrota del nazismo pero que hasta entonces había gozado de una llamativa presencia pública en las discusiones de la clase dirigente inglesa, así como en su pensamiento y su cultura (piénsese en el tratado de Malthus o en las sátiras de Swift).

Chesterton le dedicó al menos un ensayo, La eugenesia y otros males (1922). En sus páginas, escritas como todo lo suyo al vuelo de la pluma pero con una evidente sabiduría madurada por los años, estampó el razonamiento de que la eugenesia era una forma de fatalismo social inducido por el régimen plutocrático que imperaba en Londres. Esto le parecía obvio por el sencillo motivo de que siempre se la proponía para reducir la población de los pobres, mientras que "nadie piensa aplicarla a las clases superiores".

Como los abortistas de hoy, los eugenistas de antaño sugerían ese remedio extremo alegando razones humanitarias. Era su forma de combatir la pobreza, acotar la mortalidad infantil, impedir la llegada al mundo de niños indeseados ("¿indeseados por quién?", se preguntaba nuestro autor) que agravaran las condiciones de miseria y explotación de las barriadas industriales. Chesterton objetaba a ese razonamiento que tomara como "factores constantes" a "los salarios y los ingresos reducidos" mientras que el matrimonio y la maternidad pasaban a ser "lujos, factores que pueden variar para adaptarse al mercado de salarios". Según esa lógica, la pobreza había llegado para quedarse; los hijos, no.

Experimentos
Para Chesterton, con la eugenesia se buscaba disimular el fracaso de un experimento inhumano ("Pretendieron acumular riqueza.y consiguieron corromper a los hombres") con otro experimento "más cruel aun". En su tiempo no se hablaba todavía del aborto. El debate giraba en torno de ciertas leyes para encerrar a los llamados "débiles mentales", una definición que podía ser peligrosamente amplia y el Caballo de Troya de otras restricciones más generalizadas.

Siguiendo una maniobra retórica que después se usaría hasta el cansancio, estas propuestas circulaban revestidas de las mejores intenciones y expresadas con términos inofensivos de tan abstractos. Chesterton llamaba "eufemistas" a sus propaladores: eran los que se tranquilizaban si pronunciaban palabras largas y se sobresaltaban con "palabras breves y tajantes". (Un siglo más tarde nuestros abortistas no se apartaron un ápice del libreto: al crimen del aborto le dicen "interrupción voluntaria del embarazo").

Sorprendía al autor que una "enorme masa de personas comprensivas" no viera que se estaba gestando una revolución frente a sus narices, y que los promotores de esa revuelta pudieran ser "personas con chaqueta y sombrero como ellas mismas". Ello era posible debido al legado de la filosofía victoriana, que "les ha enseñado que esas transformaciones son siempre lentas", y por una atmósfera de general anarquía que el creador del padre Brown, en una previsión que resultó errada, pensaba que no iba a perdurar.

Pero había una razón más profunda. El mal, apuntaba Chesterton, "siempre aprovecha la ambigüedad" y si triunfa es porque utiliza "la fuerza de sus espléndidos incautos". Como ocurre hoy con el aborto, a la eugenesia se la elogiaba con "exaltadas declaraciones de idealismo y benevolencia" y alusiones a "una maternidad más pura y a una posteridad más feliz". Eran (y son) trampas para inocentes, "y no se olvide que en todos los tiempos se estableció una desastrosa alianza entre la inocencia anormal y el pecado anormal".

Eufemismos, engaños, una atmósfera general de anarquía y la dictadura de los falsos humanistas. Un siglo atrás, Chesterton empezaba su ensayo con esta frase: "En este mundo la actitud más avisada es gritar antes de que a uno lo hieran". El gritó a tiempo. ¿Podremos decir lo mismo nosotros?

 La Prensa  25 3  18