domingo, 21 de enero de 2018

La sedación profunda: ¿una forma enmascarada de suicidio asistido?

 
 por Roberto de Mattei     
Marina Ripa di Meana, la provocadora exponente del jet set italiano fallecida en Roma el pasado 6 de enero, escogió para morir la sedación paliativa profunda, manifestando su última voluntad en un videotestamento: «Después de Navidad, mi estado de salud se ha deteriorado grandemente.

Respirar, hablar, comer, levantarme… ya todo me resulta dificultoso y me produce un dolor insoportable. El tumor se ha adueñado de mi cuerpo. Pero no de mi mente ni de mi conciencia. He llamado a Maria Antonietta Farina Coscioni, persona de mi confianza y a la que estimo por su historia personal, para comunicarle que el momento del fin ha llegado en serio. Le pedí hablar con ella, y vino a verme. Le manifesté la idea del suicidio asistido en Suiza, y me dijo que  podía recurrir al sistema vigente en Italia de los cuidados paliativos con sedación profunda. Yo, que con la mente y con el cuerpo he viajado toda la vida, no sabía, no conocía esa vía. Quiero proclamar este mensaje para decir que también, ya sea en la propia casa o en un hospital, una persona aquejada de un tumor debe saber que puede elegir regresar a la tierra sin más sufrimientos inútiles. Hazlo saber. Hacedlo saber».

La opción de la sedación profunda se la propuso, por tanto, a Marina Ripa di Meana la diputada de izquierda Maria Antonietta Coscioni, fundadora del Instituto Luca Coscioni, que desde hace años combate en favor de la eutanasia y el suicidio asistido. Entre ambas formas de terminar la vida, ha afirmado la propia Coscioni en una entrevista a La Repubblica, existe «una diferencia concreta». En la sedación profunda «no se administra un fármaco que lleva a la muerte en un tiempo bien determinado, que en el suicidio asistido se puede cronometrar. El tiempo de sedación profunda, por el contrario, depende del estado del enfermo, que pasa sus últimas horas sumido en un sueño profundo».

La declaración de Maria Antonietta Coscioni insinúa que el fármaco administrado al paciente conduce a la muerte, si bien no lo hace en un tiempo preciso y cronometrado. Si trataría de una forma enmascarada de suicidio asistido, reconocida en el testamento vital legalizado en Italia a fines de diciembre, según el cual toda persona mayor de edad, capaz de entender y desear, puede manifestar, por medio de las disposiciones anticipadas de tratamiento, sus preferencias personales en materia de cuidados, incluido el rechazo de la nutrición y la hidratación artificiales.

En realidad, señala el profesor Renzo Puccetti, sedación profunda no es un término científico, y en el ámbito medico se debería más bien distinguir entre sedación paliativa y sedación eutanásica. La primera está admitida por la moral católica, y no está destinada a eliminar al enfermo, sino el dolor. La segunda provoca la muerte del paciente, bien de forma directa mediante sedantes, bien mediante la interrupción de los medios que mantienen las funciones vitales (La nuova bussola quotidiana, 8 de enero de 2018). Hay, pues, en este concepto una profunda ambigüedad que hace que el problema sea menos simple de lo que parece a primera vista.

Para empezar, es necesario aclarar que la sedación de la que se habla no es una terapia temporal para aliviar el dolor, sino un estado permanente, donde no hay vuelta atrás, semejante a un coma irreversible. Quien elige la sedación profunda realiza un acto por el que escoge apagar de modo irrevocable la luz de la razón y de la voluntad, para sumergirse en un sueño profundo y definitivo, que es difícil de distinguir de la muerte.

Pero si no es lícito quitarse la vida, ¿será lícito renunciar deliberadamente al ejercicio de las facultades del alma, que suponen un inmenso bien recibido de Dios?

En Italia, la Comisión Nacional de Bioética (CNB), en un documento aprobado el 29 de enero de 2016 y titulado Sedación paliativa profunda continúa ante la inminencia de la muerte, afirma la licitud de la sedación profunda, porque ésta, a diferencia de la eutanasia, no puede considerarse un acto dirigido a causar la muerte. Sin embargo, la mencionada comisión ha decretado que el criterio neurólogico es clínica y éticamente válido para verificar la muerte del paciente (Criterios para verificar la muerte, 24 de junio de 2010), o sea que la muerte coincide con un estado de coma irreversible análogo al producido por una sedación profunda y permanente.

La evidente hipocresía ha sido puesta en evidencia por un miembro disidente de la mencionada comisión, el doctor Carlo Flamigni:

«Pues bien, digamos que soy un enfermo que sufre un infierno a causa de una enfermedad para la cual no hay esperanza de curación. Si sé que seguirá ese calvario, alternando con periodos de inconsciencia más o menos largos, si me duermo cada vez que la morfina ejerce su efecto temporal, aterrorizado por la idea de que despertaré desgarrado de dolor; si alguien me propone la posibilidad de la sedación paliativa profunda continúa, lo que entiendo es que se me ofrece la posibilidad de escoger una buena muerte y la acepto contento, sorprendido de que nuestro país haya legalizado finalmente la eutanasia». Consideraciones análogas se hicieron con ocasión de la muerte del cardenal Carlo Maria Martini, el cual, como recuerda su sobrina Giulia, pidió que lo sedasen «Tenías miedo, sobre todo miedo de perder el dominio del cuerpo, de morir sofocado (…). Con la conciencia de que sobre todo se acercaba el momento, cuando ya no podía más, solicitó que lo durmieran. Y así, una doctora con de vista clara y limpia, experta en cuidados para acompañar la muerte, te ha sedado» (Il Corriere della Sera, 4 de septiembre de  2012).

Paolo Flores d’Arcais, en Il Fatto Quotidiano del 6 de septiembre de 2012, comentó el episodio con estas palabras: «Carlo Maria Martini ha decidido, con una decisión libre y soberana, el momento en el que quería perder definitivamente el conocimiento, no seguir viviendo la propia agonía y la propia muerte. De hecho, esto es lo que significa y no otra cosa la sedación. No sentir ya nada, no experimentar nada más, estar “físicamente inconsciente” (…). Estar ya, subjetivamente, en el sueño eterno, en el reposo eterno, en el fin irreversible de todo sufrimiento y toda angustia». Por su parte, Eugenio Scalfari, señaló: «Cuando se tiene un estado de salud como el que yo tenía, la sedación es un eufemismo que significa sencillamente darse la muerte sin excesivo dolor en el plazo de pocas horas. Entre la sedación voluntaria y la desconexión de los aparatos no hay, en sustancia, la menor diferencia» (La Repubblica, 26 de septiembre de 2012).

Si gracias al criterio neurológico de la muerte cerebral prospera la industria de los transplantes, en los hospitales de cuidados paliativos, sobre todo en los Estados Unidos, prosperan la industria de la eutanasia y del suicidio asistido. Elizabeth Wickam (http://www.clmagazine.org/article/todays-palliative- care-disrespects-the- natural-law/), en un documentado estudio, ha demostrado el apoyo dado por Project on Death in America (PDIA), obra de George Soros, a la investigación de cuidados paliativos a fin de hacer de ellos un instrumento eficaz de la cultura de la muerte.

Pío XII dio claras indicaciones morales sobre la sedación o narcosis (Discurso del Santo Padre sobre las implicaciones religiosas y morales de la analgesia, del 24 de febrero de 1957), confirmada por la Congregación para la Doctrina de la Fe (Declaración sobre la eutanasia del 5 de mayo de 1980 par. III), pero no hace falta esconderse tras el velo del la hipocresía. La verdad es que los cuidados paliativos se utilizan actualmente como vehículo de la eutanasia, sobre todo en aquellos países en que ésta aún no es legal, con el pretexto de aliviar el sufrimiento del enfermo. El doctor Philippe Schepens, de Academia Juan Pablo II para la Vida y la Familia, lo recuerda con estas palabras: «Decir que una persona debe ser inducida a un estado de inconsciencia porque de otra forma no puede soportar el dolor es falso a la luz de los progresos actuales de la medicina. Esta forma de sedación total no sólo priva a la persona de su derecho a estar consciente y ser dueño de fin de su vida, sino que ante todo tiene por objeto hacer aceptable a los parientes, a partir de ese momento, la privación de alimentación e hidratación. Esto abre la puerta a la eutanasia».

Las órdenes hospitalarias católicas han aliviado los sufrimientos de la humanidad a lo largo de los siglos, pero en los hospitales llamados de incurables la preocupación principal de los religiosos que atendían a los enfermos era prepararlos espiritualmente para la muerte. En los hospitales de hoy para los enfermos terminales, que con frecuencia parecen una especie de centros de salud para moribundos, la preocupación suprema es que no sufran, olvidando el valor expiatorio y redentor del sufrimiento, que no lesiona la dignidad humana, sino la consecuencia inevitable del pecado original. No cabe mayor dignidad que la del hombre que afronta con valor y paciencia los padecimientos de la muerte, a imagen de Nuestro Señor, que, como narra el Evangelio, tras probar el vino mezclado con hiel que le ofrecieron antes de la crucifixión para atenuar los sufrimientos, no quiso beberlo (cfr. Mt. 27, 34), porque quería sufrir siendo plenamente consciente, cumpliendo de eso modo lo que le había dicho a San Pedro en el momento de su detención: «¿No he de beber el cáliz que me ha dado el Padre?» (Jn. 18,11)

(Traducido por J.E.F)  
Adelante la Fe 15/01/18