domingo, 23 de julio de 2017

La paciencia de Dios.

Mons. José M. Arancedo.
 Este domingo leemos un conjunto de parábolas en las que Jesús contrapone la impaciencia de los hombres y la paciencia salvífica de Dios.
Nos habla de esa paciencia que tiene por horizonte el tiempo del Reino Dios, frente a esa impaciencia que vive a la espera del fruto ya. El tiempo de Dios tiene una dimensión que supera la inmediatez de los cálculos humanos, como del espacio o lugar en que nos movemos. Francisco nos diría que “el tiempo es superior al espacio”, porque vive a la espera de una plenitud (cfr. E.G. 222). El tiempo ilumina los espacios y ayuda a generar procesos; el sentido del tiempo de Dios nos ayuda a respetar a las personas y sus momentos de crecimiento. La paciencia tiene que ver con la esperanza, porque tiene su fuente en la fe en un Dios creador y providente.


En la parábola de cizaña que crece junto al trigo, y frente a la insistencia de los servidores de arrancarla ya, Jesús le dice: “Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego el trigo en mi granero” (Mt. 13, 30). Reconoce el mal de la cizaña, pero tiene cuidado por el buen trigo, por ello les advierte que: “al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo” (Mt. 13, 29). Yo hablaría de la delicadeza del amor de Dios por sus hijos a los que siempre espera, más allá de las dificultades en las que se puedan encontrar. Ve primero el bien, el trigo y lo cuida, no se deja llevar por el poder de la cizaña ni organiza una “guerra santa” contra ella. Confía, acompaña y espera.


Es cierto, también, que en este camino en el que somos parte del sembradío de Dios, debemos asumir nuestra tarea de ir purificando y cortando o “podando” todo aquello que entorpece el crecimiento del buen trigo en nosotros. Somos los primeros responsables. Pero debemos comprender, y esta es la enseñanza de Jesús, que no somos dueños de la historia ni del tiempo, menos de las personas, somos peregrinos con nuestras fragilidades hacia una plenitud a la cual estamos llamados y para la cual él mismo se hizo para nosotros: “camino, verdad y vida”. No somos espectadores o críticos de una historia, somos protagonistas de la misma. Esta parábola es una enseñanza que debemos asumir.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz