domingo, 20 de noviembre de 2016

Solemnidad de Cristo Rey.

por José M. Arancedo.
 Al concluir el año litúrgico celebramos la Solemnidad de Cristo Rey, el próximo domingo iniciaremos el tiempo de Adviento.
Es una Fiesta que tiene un profundo sentido bíblico y eclesial. Cristo es la respuesta definitiva de Dios al hombre: “Si, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree tenga Vida eterna” (Jn. 3, 16). Siempre debemos partir de esta certeza de fe que se apoya en la revelación del amor de Dios, y del cual Jesucristo es su Palabra que habitó con nosotros. Cuando Pilato le pregunta a Jesús si él es Rey, le responde: “Tu lo dices: yo soy Rey. Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn, 18, 37). Esta misión de Jesucristo es el que se prolonga en la Iglesia; ella no puede decir otra palabra que no sea la de Jesucristo. Esta es su verdad y su compromiso.


La relación de Cristo con la Iglesia ha sido un tema constante en el pensamiento cristiano. Ya san Ambrosio en el siglo IV tuvo aquella bella y significativa expresión, que luego ha sido retomada a lo largo de la historia: “La Iglesia es como la luna, decía, no brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo”. Recuerdo que esta misma figura la retoma Francisco cuando visitó Ecuador, y nos decía: “El sol es Jesucristo, y si la Iglesia se aparta o se esconde de Jesucristo, se vuelve oscura y no da testimonio” (Francisco). La Iglesia no debe mirarse a sí misma sino a Jesucristo. Esta es una exigencia que siempre nos debe examinar para ser una Iglesia discipular y misionera desde Jesucristo.


Me permito recordarles un texto de Pablo VI, al iniciar la segunda sesión del Concilio Vaticano II, que nos hizo mucho bien a los que éramos seminaristas en ese tiempo: “Cristo, nuestro principio. Cristo, nuestra vida y nuestro guía. Cristo, nuestra esperanza y nuestro término. Que no se cierna sobre esta asamblea otra luz que no sea la de Cristo, luz del mundo. Que ninguna otra verdad atraiga nuestra mente fuera de las palabras del Señor, único Maestro. Que no tengamos otra aspiración que la de serle absolutamente fieles. Que ninguna otra esperanza nos sostenga, si no aquella que, mediante su palabra, conforta nuestra debilidad…”.

Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz