martes, 4 de octubre de 2016

Ante una tragedia, ¿y dónde estaba el Ángel de la Guarda?


Cuando Padre Pío se enfadó con su ángel de la guarda, y la respuesta que él le dio
Padre Antonio M. Cárdenas
En dos o tres ocasiones me ha ocurrido que después de haber predicado sobre los Santos Ángeles, se me acercan personas y me dicen: “Padre, lo que usted habla es muy bonito, pero ¿dónde estaba el Ángel de la guarda de mi hijo cuando sufrió ese accidente?, ¿dónde está el Ángel de la Guarda de los niños que sufren?”.
Es una pregunta que sale de un corazón adolorido, de un alma que busca iluminar su dolor y tristeza desde la fe.
Con este propósito, el de iluminar desde la fe aspectos de nuestra existencia y, en este caso en particular, el dolor y el sufrimiento, comparto contigo amigo lector estas pequeñas y sencillas reflexiones que espero ayuden a dar luz e iluminar este misterio profundo del sufrimiento humano.
C.S Lewis, escritor de lengua inglesa, nacido en Belfast, escribe en su libro El problema del dolor que “al vernos enfrentados al dolor, un poco de valentía ayuda más que mucho conocimiento, un poco de comprensión más que mucha valentía y el más leve indicio del amor de Dios más que todo lo demás”.
De acuerdo con el citado autor, el dolor debe ser abarcado desde “el más leve indicio del amor de Dios”.
Este indicio, esta presencia del amor de Dios lo señala, lo muestra y lo trae el Ángel de la Guarda, quien ve constantemente el rostro de Dios (Mt. 18,10) y quien es su portador y su mensajero; por ello, acercarse al Ángel es descubrir esos indicios del amor divino.
Es el Ángel el que trae el consuelo, pero no con meras palabras sino con la presencia del amor de Dios. De esta manera en momentos de dolor y de sufrimiento acercarse al Ángel es necesario para extender nuestra mirada a los planes amorosos de Dios.
Este compañero celestial está siempre atento para escucharnos y consolarnos, pero él sabe que el verdadero consuelo de nuestro corazón es Dios y por ello desea que elevamos nuestra mirada hacia Dios.
Sin embargo, el papel del Ángel no es solamente pasivo, el de señalar a Dios, sino que también tiene un papel activo en el dolor y en el sufrimiento.
De hecho, en algunas oraciones litúrgicas de algunos países en el himno de las Laudes para el 2 de Octubre, memoria de los Santos Ángeles custodios, se reza lo siguiente: “Ángel santo de la guarda, compañero de mi vida, tú que nunca me abandonas ni de noche ni de día…en las sombras de la noche tiendes sobre mi pecho las alas de nácar y oro”.
La anterior oración nos enseña el papel del Ángel en momentos de dolor y de sufrimiento. Nos habla de “las alas de nácar y oro” que el Ángel extiende sobre las noches de nuestras almas, de nuestras vidas, cuando todo parece oscuro.
El nácar es una sustancia que las conchas producen cuando se introducen partículas de arena y que vienen a rayar, a causar herida en la concha. Lo interesante de este proceso natural es que el nácar no expulsa o destruye la partícula extraña que ha entrado, sino que la envuelve y la acoge produciendo una piedra preciosa: la perla.
Cuando la Iglesia recoge en el himno de las Laudes la expresión “alas de nácar” en la oscuridad de nuestras vidas, nos pone de presente el papel activo que está desarrollando nuestro buen Ángel de la Guarda: él no va a expulsar lo que te hiere, el lo va a envolver para que aquello que te está causando dolor y sufrimiento produzca una perla preciosa.
Y, ¿por qué el Ángel no expulsa lo que te duele y lo que te hace sufrir?  Como señalamos en líneas anteriores, los Santos Ángeles portan el mensaje del amor de Dios que ellos mismos contemplan y este amor ha alcanzado su mayor expresión en la Cruz, allí se unen la mayor expresión del amor y la mayor expresión del dolor y del sufrimiento.
Juan Pablo II ha escrito: “El sufrimiento humano ha alcanzado su cúlmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida al amor, a aquel amor… que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque” (Salvificis Doloris, n.18)
Este misterio de amor maravilloso lo han comprendido grandes santos, citemos dos:
Santa Teresita del Niño Jesús: Ella desarrolla una idea que es la de “la santa envidia” de los Ángeles. En un poema que dedica a Santa Cecilia un serafín explica este misterio a Valeriano: “Yo me abismo en mi Dios, contemplo Sus encantos, / mas no puedo por Él ni sufrir ni inmolarme; / pese a mi gran amor, por Él morir no puedo, ni siquiera llorar o dar por Él mi sangre…/ La pureza es del Ángel brillante patrimonio,/ jamás sufrirá eclipse su gloria inabarcable. / Sobre los serafines tenéis la gran ventaja / de sufrir y ser puros, vosotros, los mortales” (Poema 3). Otro serafín, que contempla al Niño Jesús en el pesebre y Su amor en la Cruz, clama al Emanuel: “¡Ay, por qué soy un Ángel,/ incapaz de sufrir?…/ Jesús, por un intercambio santo quiero morir por Ti!” (Los Ángeles en la cuna, escena segunda).
En una de sus cartas escribe: “Mi aleluya está impregnado de lágrimas… ¿Habrá que compadecerte aquí abajo, cuando allá arriba los Ángeles te feliciten y los santos te envidian? Tu corona de espinas los vuelve celosos. Ama, pues, esos pinchazos como prendas de amor de tu divino esposo” (Carta 120, septiembre 23 de 1890)
El Padre Pío: Después de haber sufrido un ataque del demonio, se enfada con su Ángel porque no había estado allí para defenderle. San Pío lo escribe así:
“Me enfadé con el ángel, y él me respondió: Agradece a Jesús que te trata como elegido y te permite seguirlo a su lado subiendo al Calvario. Yo veo tu alma junto a la salvación de Jesús, con alegría y conmoción en mi interior, por esta obra que Jesús realizó a través de ti. Cree que te alegrarás, de lo contrario no te verías así. Yo, que en la caridad santa deseo tu beneficio, gozo siempre de verte en este estado. Jesús permite estos ataques del demonio, porque su piedad ha querido y quiere que tú lo acompañes en las angustias del desierto, del huerto de los olivos y de la cruz. Tú defiéndete, aleja y desprecia siempre las malignas insinuaciones y, cuando tus fuerzas no pueden llegar, no te aflijas, predilecto de mi corazón, yo estoy cerca de ti“.
Y padre Pío rezó: “Cuanta bondad, Padre mío. ¿Qué he hecho para merecer tan exquisita amabilidad de mi ángel?…” (carta del 18 de enero de 1913)
Igualmente recordemos la exhortación que hacia el Ángel de Fátima, del cual este año se conmemoran cien años de su aparición, para “ofrecer constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo” y ante la pregunta que hace Lucía de ¿cómo hacerlo?, el Ángel le responde: “De todo lo que pudierais haced un sacrificio como acto de reparación por los pecados con los cuales Él es ofendido… sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe”.
Los Ángeles entonces ven, contemplan maravillados el poder transformador, redentor del dolor y por ello quieren envolver con sus alas de nácar este dolor para que sea unido a la expresión mayor del amor: el sufrimiento de Jesús.
Por ello en ese momento de dolor, en esas noches oscuras que atravesamos son momentos donde nuestro buen Ángel Guardián está muy presente. El Padre Pío le escribía a una de sus hijas espirituales el 15 de julio de 1915: “Confiale tu sufrimiento (al ángel), el Ángel es muy delicado y muy sensible”.
Que en el día del Ángel de la Guarda los que sufren invoquen a sus hermanos y compañeros espirituales.
Juan Pablo II hacía este llamado: “Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo”.
Y todos recemos de manera especial por nuestros hermanos que sufren y lloran. Santa Teresita escribió este canto al Ángel custodio que te invito a rezar:
Oh tú que atraviesas el espacio
más radiante que el relámpago,
te pido, vuela en mi lugar
hacia aquellos que me son queridos.
Con tu ala, seca sus lágrimas,
cántales cómo Jesús es bueno.
Cántales que el sufrimiento tiene su gracia
y, muy bajito, susurra mi nombre.


 Aleteia (1/10/16)