viernes, 6 de mayo de 2016

A propósito del artículo: "Lo que piensa una prostituta de sus clientes, dicho con total sinceridad”.

por   Estanislao Martín Rincón
He leído con atención el artículo de "El Confidencial"
del 22 de abril cuyo título incorporo entrecomillado al mío.
Dicho artículo, “por su interés”, ha sido reproducido íntegramente por Forum Libertas cinco días más tarde, el día 27, tal como fue publicado originalmente en El Confidencial
y así aparece en la sección de documentos.
El cuerpo del artículo es una carta abierta a sus “clientes”, escrita por una mujer de treinta y cinco años, que según dice, ejerció la prostitución durante tres años. Una carta escrita, “con total sinceridad”, que una vez leída y ponderada, me ha parecido conveniente comentar también “con total sinceridad” por mi parte. Quienes conozcan el texto, tal vez convengan conmigo en que estamos ante un relato biográfico en el cual hay fortalezas y debilidades que, en mi opinión, deben distinguirse. Entre las fortalezas, hay dos que me parecen evidentes: Por tratarse de un escrito-confesión, está todo él impregnado del enorme valor del testimonio personal y por otra se denuncian con firmeza unos comportamientos deleznables, los de los consumidores del sexo de pago. Cualquier testimonio auténtico tiene  el valor de la irrefutabilidad porque todo testimonio verídico es incontestable; quien lo oye o lo lee, puede estar de acuerdo o no con su contenido, pero no puede decirle al autor que no ha vivido y experimentado lo que él relata en primera persona.
En cuanto a la denuncia que se hace sobre los usuarios de estos servicios, me parece que todo lo que sea llamar la atención sobre el daño que hace la prostitución, bienvenido sea. La prostitución, por su naturaleza, por ser lo que es, aliena a quienes participan de ella y especialmente a la mujer, cuya dignidad queda expuesta y herida por necesidad. Como estoy convencido de que ese escrito puede contribuir, en cierta medida, a airear la indignidad de la prostitución, creo que es de justicia reconocerlo y aplaudirlo. Ahora bien, yo no me he decidido a redactar estas líneas para dejar constancia de estas fortalezas que gustosamente reconozco, sino para advertir de sus debilidades, que también son importantes y que centro en dos. A mi parecer, en este relato hay mucho de parcialidad y de confusión. Entiendo que adolezca de ambas cosas porque quien lo escribe es alguien que conoce la prostitución por haberla sufrido desde dentro. Ahora bien, precisamente por su parcialidad, por tratarse de un escrito de parte, imprime un sesgo de subjetividad que incapacita a su autora para hacer justicia al problema que denuncia. De otro lado, el hecho de ser confuso no ayuda a entenderlo con amplitud de miras.
No tengo ninguna intención de entrar en juicios de ningún tipo, ni me parece que nadie deba hacerlo; en cambio sí entiendo que debo poner de manifiesto la confusión que advierto. Para ello iré por puntos:
1. La prostitución es cosa de dos partes, la que paga y la que cobra, que necesariamente tienen que ponerse de acuerdo en varias cuestiones (tiempo, lugar, precio, etc.). Siendo así, no parece que sea de justicia cargar las tintas de la deshonestidad solo en una parte, el cliente. Por más que la autora diga de él –pienso que con toda la razón– que es un misógino, que no ha encontrado el corazón de su sexualidad, que es un mediocre con una idea equivocada de la misma, que es un hombre frustrado y lastimoso, etc., la prostitución no existe “solo” porque haya hombres así, muchos o pocos; la prostitución existe porque hay hombres así que tienen con quien ejercer toda esa mediocridad y depravación. Yo sí creo que la responsabilidad entre quien paga y quien cobra pueda –según los casos– ser muy desigual; estoy convencido de que muchas mujeres no se prostituirían si no se vieran abocadas a ello, que muchas están ahí por explotación y engaño, por violencia y miedo, por proxenetismo… pero, insisto, hacen falta dos partes. El mal de la prostitución no se acabará nunca, pero si hay que luchar contra él, hay que partir de que el frente de lucha no es uno solo, sino dos; insisto, el frente en el que están los que pagan y el frente en el que están los que cobran.
2. La autora de esta carta, Tanja Rahm, hace una distinción muy atinada entre dinero fácil y dinero rápido. Dice ella que la prostitución genera dinero rápido pero no fácil. La idea de dinero fácil la presenta como dolorosa, la de dinero rápido como atrayente y apetecible; de hecho, confiesa, que este era su único objetivo: “lo único en mi mente era hacer dinero, y rápido”. La pregunta es por qué el dinero adquirido rápidamente le parece justificado. No conozco ningún código ético que propugne las ganancias obtenidas con rapidez. Si la rapidez justificara el lucro, habría que justificar el asalto. Las ganancias se justifican o no por otros criterios: licitud de la actividad, legalidad, cumplimiento de contrato, calidad del producto o el servicio, etc. El criterio de rapidez, si es criterio para algo, es para sospechar de las fuentes de los ingresos cuando estos son cuantiosos. El dinero que procede del ejercicio de una actividad honrada (fuera de excepciones muy escasas) no acostumbra a llegar con facilidad, sino con esfuerzo, ni con rapidez, sino a costa de tiempo.
3. La tercera cuestión es la consideración de la prostitución como un trabajo. En cuatro ocasiones se emplea las palabras “trabajo” o “trabajar” para referirse a la actividad en la que se ocupaba Tanja Rahm. Pues hay que decir que no lo es. No lo es si entendemos por trabajo una actividad digna. Ya sé que desde hace unos años hay una corriente social que tiene cada vez más fuerza y más adeptos que propugna blanquear laboralmente la prostitución añadiéndola, como si fuera una más, al catálogo de profesiones. No es de desear, pero sí es esperable que esta corriente vaya en aumento y prospere, pero la verdad de las cosas no depende de las etiquetas que le pongamos. La verdad de las cosas depende de su naturaleza, de lo que las cosas son por sí mismas, no de nuestra denominación. Si por trabajo entendemos la ocupación lícita con la cual se realiza la persona, al tiempo que sirve de fuente de ingresos gracias a los cuales poder vivir, entonces la prostitución no es una profesión ni un trabajo equiparable a cualquiera de los que habitualmente desempeñamos y conocemos. Que es una ocupación, sí; que está remunerada, también; que muchas de las que la ejercen no tienen otra salida, hay que concederlo; que dignifica y realiza a quien la ejerce, no. No hará falta esforzarse en explicar que también un timador, un sicario, un terrorista, un atracador, etc., se dedican a actividades de las que viven, que llenan su tiempo y están bien pagadas, pero esas actividades no merecen ser llamadas trabajos como lo son las ocupaciones de quienes hacen el pan, conducen un autobús, limpian la ciudad u operan en un quirófano. Si los primero fueran trabajos dignos, como lo son los segundos, no habría motivos para perseguirlos; y si la prostitución fuera un trabajo en ese mismo sentido, no se entiende por qué habría que luchar contra él o lanzar una soflama condenatoria contra los clientes, como hace la autora del escrito referido, cargada de razón. ¿Cómo se sabe que un trabajo es digno o indigno? Eso no se sabe por los ingresos que genera, sino por los efectos benéficos o dañosos que produce en quienes lo practican y en sus destinatarios.
4. En cuarto lugar hay otras dos cuestiones de fondo, de mucho más peso, de muchos más quilates que las tres anteriores que acabo de exponer. Me refiero al significado del cuerpo y su relación con la unidad de la persona. Ella no habla expresamente de ello, no emplea ninguna de estas expresiones, “significado del cuerpo” o “unidad de la persona”, pero ahí está encerrada la almendra de todo este asunto.
Lo sepa ella o no, lo que sí hace es caer en un error muy extendido que es el dualismo antropológico, que consiste en entender a la persona desdoblada entre su parte material e inmaterial; entre sus carnes y su psicología, o por mejor decir, entre su cuerpo y su alma. Esta manera de pensar a la persona humana, como si fuera el resultado de sumar sus dos partes constitutivas y autónomas, cada una con sus propias leyes y funcionamiento, tiene un largo recorrido teórico en nuestra tradición filosófica, alcanza su punto más alto con Descartes y cuando se lleva a la práctica produce los desastrosos efectos que experimenta esta mujer, aunque ella tal vez no acepte esta explicación. Cuando Tanja Rahm le dice al consumidor “mientras tú te tumbabas ahí, mi cabeza estaba siempre en otra parte”, ya se entiende que no se refiere a la cabeza física sino a todo su mundo interior: afectos, sentimientos, expectativas, etc. Pero al decir esto está confesando su desdoblamiento imposible. Sería algo así como si el condenado le dijera al juez que poco le importa la condena porque aunque encierre su cuerpo entre barrotes, no podrá encerrar su alma. Que nadie se haga ilusiones en este punto: donde pongamos el cuerpo, ponemos a la persona; lo que hagamos vivir al cuerpo se lo hacemos vivir a la persona, porque en este mundo, la persona humana sin cuerpo no existe. La Antropología Filosófica ha señalado dos cometidos en el papel del cuerpo: insertar al hombre en el mundo y posibilitar nuestra relación con la realidad. El cuerpo no es un apéndice material que le cuelga al alma. Todos tenemos experiencia de que somos más que nuestro cuerpo, pero el cuerpo no es un añadido al ser personal. Mi cuerpo no es la totalidad de mi yo pero sí es mi yo en su materialidad. Por eso, el cuerpo no es una cosa a la que podamos dar tralla al tiempo que dejamos indemne al resto de la persona. No se puede, sencillamente no se puede. Si el cuerpo no tuviera el carácter personal que tiene, una caricia auténtica hecha al cuerpo, no se clavaría en el alma alegrando la existencia. Si el cuerpo no tuviera el carácter personal que tiene, ¿por qué habría que condenar la tortura y perseguir al torturador? Si el cuerpo no fuera personal, ¿por qué considerar depravado a un negrero que a fin de cuentas lo que hace es comprar y vender cuerpos?
No he querido hasta ahora moverme en otro plano que no sea el exclusivamente racional, pero ahora, para cerrar este artículo, permíteme lector que eleve el listón y acabe con un dato tomado del credo cristiano. Si el cuerpo no formara unidad con el alma y, por tanto, el cuerpo no fuera la persona en su dimensión física, los que profesamos la fe cristiana, tendríamos que abandonarla, porque nuestra fe tiene su punto de apoyo fundamental en la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. La redención en la  que creemos, y la salvación que esperamos, se realizó en el cuerpo santo de Cristo. Quien nos salva es Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, con toda la fuerza de su divinidad, pero el medio que utiliza es su propio cuerpo, indisociable de su alma y de su ser divino porque todo ello forma una unidad que ni siquiera la muerte pudo destruir.
Mucho le debemos a este cuerpo santo de Cristo y mucho debemos a sus palabras, que son Espíritu y vida. Entre otras muchísimas cosas, el modo de mirar a nuestros iguales y muy especialmente a quienes se encuentran necesitados de ser mirados con limpieza, como las prostitutas. Él no condenó a ninguna, quiso hablar de ellas expresamente y nos dijo que precederían a muchos en el reino de los cielos. Pero no las alentó a seguir en su “trabajo”, porque eso habría sido dejarlas tiradas en sus miserias; al contrario, las rescató sacándolas del fango y les devolvió una dignidad que probablemente habían ignorado hasta encontrarse con él. Quiera Dios que sepamos entenderlo y obrar en consecuencia.

ForumLibertas.com (3/mayo/16)