miércoles, 6 de abril de 2016

¿De qué ‘desafío cultural’ está hablando el Papa?

por Almudena Martinez-Bordiu 
Francisco anima a Europa a abrirse a la inmigración masiva al tiempo que reconoce que constituye un “desafío cultural”, pero ¿hasta qué punto es real este conflicto?

El Papa Francisco ha vuelto a insistir, esta vez en la red social Twitter, en una idea que ya causó cierto revuelo -los habituales aplausos, las no menos habituales críticas- al expresarla a principios de año en su tradicional discurso al cuerpo diplomático: la inmigración masiva plantea un importante desafío cultural, que no se puede dejar sin responder.
El discurso en el que primero se enmarcó este mensaje es bastante menos simplista e ingenuo y bastante más matizado de lo que podrían dar a entender los titulares que entresacó la prensa. Así, Su Santidad habla de encontrar un equilibrio entre la ineludible urgencia de ayudar a personas desvalidas que huyen de una guerra y los legítimos intereses de las sociedades de acogida, entre otros los “relevantes los temores sobre la seguridad, exasperados sobremanera por la amenaza desbordante del terrorismo internacional”.
También hizo hincapié el Pontífice -algo que nos hurtaron los grandes medios- en que el peligro de absorción cultural no procede solo de la cosmovisión de los recién llegados, radicalmente diferente de la nuestra, sino también de nuestra “falta de ideales y la pérdida de la identidad, incluso religiosa, que caracteriza dramáticamente al así llamado Occidente”.
Pero, en un siglo en el que la imagen predomina sobre los argumentos, su gesto el pasado Jueves Santo de lavarle los pies a una serie de inmigrantes ilegales de un centro de acogida cercano a Roma -procedentes de “Mali, Eritrea, Siria y Pakistan”-, de diversas religiones, parecía incidir inequívocamente en su mensaje central de apertura a la avalancha de ‘refugiados’ que siguen entrando en Europa por centenares de miles. Es improbable que el Papa no pudiera encontrar mendigos ‘nacionales’ en Roma, o incluso cristianos perseguidos refugiados en la Ciudad Eterna. El mensaje estaba claro, y coincide, además, con el mensaje globalista de la Unión Europea y la ONU.
Que un Papa recuerde a sus fieles sus deberes con el prójimo, y especialmente con el prójimo sufriente, entra dentro de lo esperable. Esa es la parte de ser “inocentes como palomas”. Pero luego está la responsabilidad de los gobiernos, nuestras obligaciones con nuestra descendencia incluso o, por decirlo con lenguaje evangélico, la parte de “pero astutos como serpientes”.
Dicho de otro modo: ¿en qué consiste el ‘desafío cultural’ del que ha hablado el Papa? En principio, la multitud de guetos, ‘ciudades prohibidas’ y barrios donde los gobiernos occidentales apenas ejercen su autoridad -solo en Francia hay un centenar de estos ‘Moleenbeks’- son una prueba patente de que este choque es muy real, como lo son los ataques terroristas masivos protagonizados por supuestos ‘franceses’ y ‘belgas’ que parecen odiar las sociedades que les han acogido.
En diciembre de 2013, el profesor Ruud Koopmans, del Centro de Ciencias Sociales de Berlín, publicó un estudio sobre ‘Fundamentalismo y hostilidad en grupos marginales’ con especial atención al caso de los inmigrantes musulmanes en Europa. Escribe Koopmans: “Casi el 60% opina que los musulmanes deben volver a las raíces del islam, el 75% cree que hay solo una interpretación posible del Corán a la que deben adherirse todos los musulmanes y el 65% afirma que las normas religiosas son para ellos más importantes que las leyes de los países en los que viven.
Casi el 60% de los participantes musulmanes en el estudio se niegan a mantener relaciones de amistad con una persona homosexual y el 45% opina que los judíos no son de fiar. Y aunque, tras las más horribles matanzas yijadistas, la gran preocupación de los medios parece ser invariablemente un brote de esa horrible cosa, la islamofobia, que hasta ahora carece de víctimas mortales en estos lares, Koopmans detecta sentimientos de hostilidad hacia el islam y sus fieles en uno de cada cinco nativos, mientras que el aborrecimiento de los musulmanes por Occidente alcanza proporciones mucho más alta aunque, curiosamente, carezca de nombre. Así, un 54% está convencido de que Occidente se ha propuesto destruir el Islam.
El choque cultural es inevitable cuando dos grupos humanos con tradiciones y valores diferentes entran en íntimo contacto en una misma sociedad, y es inseparable de la experiencia migratoria, masiva o no. Pero, por lo común, es el recién llegado el que suscribe tácitamente el acuerdo de adaptar sus formas de vida a las del país de origen y no al revés, y la integración es un hecho con la mayoría de los grupos foráneos en una o dos generaciones. Lo que hace diferente a los musulmanes es, precisamente, esa hostilidad manifiesta y manifestada, amparada en los enormes números de correligionarios, alimentada por la concentración en guetos y azuzada por el derrotismo cultural de nuestras élites.

InfoVaticana (1/4/16)