lunes, 3 de agosto de 2015

Polémicas matrimoniales (XXVII): el consejo en la sombra

por Bruno Moreno
Quizá los lectores no se hayan enterado aún de que acaban de publicarse las charlas pronunciadas en la reunión convocada por algunos obispos alemanes, franceses y suizos que tuvo lugar el pasado 25 de mayo en Roma, en la Universidad Gregoriana.

Se trató de una reunión de teólogos y obispos cercanos a la postura del cardenal Kasper (o incluso más radicales, aunque parezca mentira), para preparar su estrategia de cara al Sínodo de octubre.
La reunión despertó cierta curiosidad, porque se celebró a puerta cerrada y sólo se permitió la entrada a algunos periodistas escogidos que fueran favorables a las tesis “progresistas” y a los que además se les prohibió que atribuyeran opiniones a personas concretas. Por esta falta de transparencia, fue bautizada con cierta gracia por (otros) periodistas como el “consejo en la sombra”.
Supongo que en este blog comentaremos con el tiempo alguno de los discursos pronunciados en la reunión, pero me gustaría dar mi opinión en conjunto. Visto el contexto (una reunión de teólogos e incluso obispos partidarios de introducir el divorcio en la Iglesia, además de otra sarta de barbaridades), no es que yo esperase que me fueran a convencer sus razonamientos, pero me han sorprendido para mal. Francamente, el nivel teológico es ínfimo. No se trata ya de que estén equivocados, es que resultan inmediatamente evidentes la ausencia total de razones y el desprecio más absoluto por la Escritura (que no es más que “una sugerencia”, sujeta siempre a nuevas interpretaciones subjetivas), la Tradición (que se opone al “kerigma” o se reduce a mera “teología medieval”) y el Magisterio (que se identifica con cualquier cosa que diga cualquier obispo y, por lo tanto, se considera cambiante, pluralista y sujeto al magisterio supremo de lo que diga la sociedad).
Hasta donde he leído, se trata de excusas más que razonamientos y de pensaciones más que argumentos. Todo ello camuflado con un lenguaje dulzón, oscuro y engañoso que recuerda poderosamente a ilustres predecesores como Loisy, Tyrrell y compañeros mártires. Lo que dicen carece de la más mínima lógica y las afirmaciones de unos son contradictorias con las de otros (además de consigo mismas en algunos casos), pero aparentemente da igual, porque no parece importar la verdad, sino sólo conseguir lo que quieren, que es acabar con el matrimonio indisoluble, el celibato sacerdotal, la complementariedad hombre-mujer, la apertura a la vida en el matrimonio, la calificación de algunos comportamientos como intrínsecamente malos y, en general, el valor normativo de la moral católica.
En realidad, el único argumento que utilizan parece ser… que quieren lo que quieren y ya está, como un niño pequeño que tiene ganas de comer y llora y llora hasta que le dan lo que desea. Hay que reconocer que se trata de un argumento muy antiguo, que ya expresó hace dieciocho siglos el poeta romano Juvenal: Hoc volo, sic iubeo, sit pro ratione voluntas. Es decir, “quiero esto y lo mando; valga mi voluntad como razón”. Un argumento, como es lógico, que vale tanto para un roto como para un descosido, porque puede justificar absolutamente cualquier cosa.
Junto a ese solitario “argumento”, apelan constantemente a varios aliados en la lucha por cambiar la doctrina de la Iglesia. No es extraño que lo hagan, porque ciertamente son aliados muy poderosos y, además, experimentados en este combate.
El primer aliado es el Mundo. En efecto, el Mundo también pide todas esas cosas. O quizá podría decirse mejor que ellos las piden porque el Mundo las pide. La Iglesia está atrasada, son otros tiempos, las cosas han cambiado y también debe cambiar la pastoral para ajustarla las necesidades de hoy. La misma doctrina es de hace dos mil años y ya no es adecuada para la sociedad moderna. Ya estamos hartos de ser despreciados y de que nos miren por encima del hombro. Queremos que el Mundo nos acepte, nos quiera y nos admire. La gente se aleja y debemos eliminar las exigencias morales que no están dispuestos a cumplir. Como dijo San Eutiques de Wittenberg, si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él. ¿He dicho ya que queremos que el Mundo nos acepte?
El segundo aliado también es muy poderoso, como cualquiera de nosotros puede atestiguar: la Carne. La Carne, la naturaleza pecadora del hombre caído, pide, exige y reclama todas esas cosas, pues no soporta los límites que coloca a sus impulsos la moral de la Iglesia. Todo eso de no adulterarás, el que mira a una mujer deseándola o no heredarán el reino de los cielos son antiguallas fuera de lugar entre hombres modernos. Hoy en día, es la Iglesia la que nos impide realizarnos. Tanto hablar de “pecado” y “culpa” (¡puaj!) no puede ser sano. Ya demostró Freud que no había nada peor que reprimirse. Además, si tapamos los pecados con un poco de hipocresía, no resultan tan feos (llamemos “unión estable” al adulterio, “camino penitencial” a permanecer en nuestros pecados o “distintos tipos de familia” a las parejas del mismo sexo y ya está). Da igual, lo que sea con tal de conseguir lo que queremos, que ya habrá tiempo luego de dejar la hipocresía y actualizar la fe para que concuerde con lo que de hecho estaremos haciendo. ¿He mencionado ya que la Carne lo pide?
El tercer aliado no se menciona explícitamente, pero resulta difícil no deducir su identidad del empeño en negar la verdad de la doctrina católica, acabar con la esperanza de salir del pecado y liberarse de la obediencia a cualquier norma moral. ¿A quién recuerdan todas esas cosas? Además, francamente, cuando se apela sin cesar al Mundo y a la Carne como aliados, el tercer compañero no puede estar muy lejos. De alguna forma, se escucha su voz susurrante: Seréis como dioses, capaces de decidir el bien y el mal.
En cambio, la fe de la Iglesia no cuenta con esos aliados terrenos tan poderosos y, aparentemente, está en retirada en el mundo. Una gran mayoría de los católicos, o al menos eso nos dicen, ya no comparte esa fe ni acepta la moral católica, sino que viven exactamente igual que los paganos. Políticos, leyes, organizaciones y medios de comunicación están contra nosotros. ¿Acaso hay alguna posibilidad de vencer en un combate tan desigual? ¿No sería mejor llegar a un acuerdo, como dicen algunos, ceder un poco y que ellos cedan otro poco para llegar a un consenso? ¿Tenemos algo a nuestro favor que nos permita hacer frente a tales ataques? Sí, tenemos una promesa. Algo tan simple, frágil, bello y terrible como una promesa: Las puertas del infierno no prevalecerán.
Yo apuesto por la promesa.

Blog: espada de doble filo (3/8/15)
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