sábado, 25 de abril de 2015

¿Qué hay que hacer con los embriones "sobrantes" de la FIV?


¿Descongelarlos e implantarlos? ¿Dejarles morir en paz? ¿Adopción de embriones? La Iglesia aún no se ha pronunciado.


Cerca de medio millón de embriones humanos permanecen congelados en España en bancos de criopreservación, un letargo a -196 ºC que se ha convertido, en palabras del sacerdote Alfonso Fernández Benito, experto en teología moral, en un verdadero “corredor de la muerte”.
Llegados a este punto se plantean dilemas de diversa índole: moral (si es ético almacenar indefinidamente embriones o dejarlos morir); judicial (por ejemplo, qué hacer con los embriones congelados de una pareja que años después se divorcia); económica (mantenerlos en nitrógeno líquido es muy costoso), e, incluso, espaciales (el volumen de embriones criopreservados aumenta cada día).
Esta cadena perpetua no es más que el resultado de un proceso que empieza en el laboratorio de un centro de técnicas de reproducción asistida.
 ¿Cómo surge este dilema?
El catedrático de Genética de la Universidad de Alcalá de Henares, el profesor Nicolás G. Jouve, define las técnicas de reproducción artificial como todos aquellos procedimientos que manipulan el óvulo, el espermatozoide o el embrión, con el fin de conseguir un embarazo.
Dependiendo de dónde se produzca la fecundación, hay que distinguir entre distintas técnicas:
· La fecundación in vivo, en que se manipulan gametos, pero no embriones, ya que la fecundación tiene lugar en las trompas de falopio. Es el caso de la inseminación artificial, ya sea con esperma del propio cónyuge o de un donante;
· y la fecundación in vitro (FIV), la cual tiene lugar fuera del claustro materno. En esta, una vez llevada a cabo la fecundación, los embriones producidos en laboratorio se transfieren al útero, por lo que el proceso se conoce como fivet (fecundación in vitro y transferencia embrionaria).
Esta tecnología de la FIV, que se desarrolla desde 1978, genera embriones que son “tan humanos como los que vienen por vía natural, pero se convierten en objetos manipulables porque están en manos de quienes los producen, con el consentimiento de leyes y padres”, sentencia Jouve.
Por eso, porque son humanos, se plantean problemas morales a los que la bioética personalista, que considera al ser humano un fin en sí mismo y no un medio, da una clara respuesta.
El ser humano como medio
Si bien el gran problema al que nos enfrentamos es el de la instrumentalización de la vida y la consideración del hijo como un derecho y no como un don, fruto del amor de los esposos, el primero de los problemas éticos derivados de la reproducción in vitro es que se producen más embriones de los que van a ser implantados (embriones “sobrantes”).
Actualmente, y dependiendo de la edad de la mujer, en cada proceso de fiv se fecundan entre 5 y 10 óvulos y, como esta tecnología tiene un rendimiento del 25 al 30 por ciento, como mucho, para elevar las probabilidades de que nazca un hijo se implanta más de un embrión.
En España la ley permite la transferencia de hasta tres embriones. El resto se desechan, se destinan a la investigación o se congelan.
Si, pasados cinco años, nadie reclama estos embriones congelados, se podrán descongelar para la investigación o se dejan morir.
Además, algunos centros de reproducción asistida ofrecen, a la pareja que continúa el tratamiento, la posibilidad de acudir a una “reducción embrionaria”, es decir, una técnica abortiva que disminuye a 1 o 2 el número de fetos y que, como se ha comprobado, conlleva un aumento de hasta un 75 por ciento del riesgo de parto prematuro.
Dilemas éticos
La Iglesia aún no se ha pronunciado claramente sobre lo que debería hacerse con los embriones criopreservados. Según Fernández Benito, “lo más lícito es dejar de producir embriones”.
. Pero ¿qué hacer con los que ya existen?
Este teólogo moralista indica que si una pareja que tiene embriones congelados acude a él diciéndole “no lo sabíamos”, por lo que se enfrentan a serios problemas de conciencia, él les recomienda “que los descongelen e implanten, de dos en dos, o que los dejen morir en paz, porque la oportunidad de que sobrevivan es muy remota”.
De hecho, de los que se descongelan, un tercio mueren en el camino, y de los restantes, si se transfieren al útero materno, el 87 por ciento no finaliza la gestación.
Cabría otra posibilidad, sobre la que la Iglesia tampoco se ha pronunciado: la adopción de embriones congelados.
“Podría ser una opción –dice Jouve– pero, en todo caso, no sería la solución para los 500.000 embriones que hay en circulación en nuestro país”.
Además, a esto se sumaría el problema de la identidad: “Nuestra sociedad no es consciente de que se está transgrediendo el derecho del niño a saber quiénes son sus padres, a nacer en una familia y a ser concebido de forma digna”.
Esto mismo lo explica la instrucción Donum vitae (1987), sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, que la Santa Sede publicó ante el auge de las técnicas de reproducción artificial.
“El hijo no es algo debido y no puede ser considerado como objeto de propiedad [...], tiene derecho a ser el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres y tiene también derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción”.

Por Margarita García 
Fragmento de un artículo publicado originalmente por la revista Misión.

Aleteia (24/4/15)