miércoles, 28 de enero de 2015

Chile y su pacto de unión civil


por Pato Acevedo, 
Con bombos y platillos, el Congreso Nacional chileno se prepara para aprobar la ley que introducirá una nueva institución familiar: El Pacto de Unión Civil.
Esta regulación se ha vendido como la solución que la sociedad reclama para la situación de miles y miles de parejas que por diversos motivos no pueden o no quieren contraer matrimonio a lo largo de todo Chile, y que de esta forma podrían adquirir los derechos que antes eran exclusivos de las personas casadas. Así, los convivientes (tanto quiere decir como concubinos) deberán concurrir al Registro Civil para pactar un PUC, podrán adquirir derechos hereditarios o adoptar a los hijos en común.
Desde luego, los grandes ausentes en todo esto han sido los supuestos beneficiados con esta nueva ley, todas estas “familias diversas” que se nos dice añoran el día en que puedan celebrar su PUC. Solo han estado en el congreso los representantes de los movimientos homosexualistas de Chile, el movilh y la fundación iguales. Eso se explica fácilmente cuando recordamos que las parejas de hecho, que son mayoría en nuestro país, ya viven al margen de los devaneos legislativos del Congreso, y todo este ruido mediático no es más que el producto de una solución de compromiso, un aperitivo antes de entrar al plato principal del matrimonio homosexual. Algo para abrir el apetito del lobby gay, y sedar las conciencias de los que todavía conservan algo de cordura.
A muchos de mis hermanos católicos les parecerá una buena solución de compromiso: no se les cede el nombre “matrimonio”, pero se regula una situación que era escenario de muchas injusticias. A ellos les digo “sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas” (Mt 10, 16).
Para el lobby gay, esto es un paso más en la completa normalización de sus conductas, proceso que por cierto no acaba en el matrimonio gay, sino que continúa más allá con la completa represión de quienes osen manifestar que puede tal vez en una de esas, haber algo malo con las conductas homosexuales. Eso, desde luego, significa que la Iglesia deberá cambiar su doctrina respecto a la castidad, la pureza y el matrimonio (proyecto en el que ya trabajan algunos católicos), o aceptar que sus opiniones sean censuradas y acalladas.
Y respecto a los supuestos beneficios para los que viven en concubinato heterosexual, el PUC es tan parecido al matrimonio que para ellos no representa una opción válida. Para acogerse a sus normas, igual tendrían que ir ante un oficial del Registro Civil y resolver previamente sus compromisos anteriores a través de un divorcio.
Si esta legislación hubiera estado efectivamente destinada a entregar una solución a las parejas de hecho, se habrían eliminado todas las formalidades y simplemente se habría regulado la situación de una pareja, trío o cuarteto que comparte una vida en común. El hecho que no sea así demuestra que solo se ha querido dar un aperitivo a los grupos homosexualistas.
Como católicos no podemos sino oponernos a esta nueva institución, que viene a confundir y denigrar la ya enlodada imagen del matrimonio. Hagamos de esta la ocasión para expresar con mayor fuerza la belleza del proyecto de vida que es el matrimonio natural, arraigado en la naturaleza humana, y la excelencia del matrimonio cristiano, elevado por Jesús a la gracia de sacramento.
Finalmente, una anécdota: durante la tramitación del proyecto, los parlamentarios de la oposición propusieron que se consignara entre los deberes de los contrayentes del PUC el de la fidelidad, moción que fue rechazada. ¿A quién interesaría contraer un vínculo emocional con quien no tiene la convicción (al menos en el tiempo inmediato) de serle fiel? Realmente estamos ante una ley a la medida del lobby gay, un verdadero Pacto de Unión Homosexual.


La esfera y la Cruz (23/1/15)