domingo, 26 de octubre de 2014

El amor al prójimo.

Mons. José M. Arancedo.
Cuando los fariseos se enteran de que Jesús había llegado, y para ponerlo a prueba nos dice el evangelio de este domingo, le preguntan sobre cuál es el mandamiento mayor.
No está mal la pregunta, más allá de las intenciones que puedan haber tenido los fariseos, porque a partir de ella uno puede conocer una doctrina y sacar consecuencias. La respuesta es clara: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 34-40). Jesús no deja lugar a dudas. Diría que su palabra es fácil de entender, pero no siempre fácil de seguir. Agregaría, además, que al poner a Dios en primer lugar no disminuye al hombre, por el contrario, le descubre su dignidad como hijo suyo y lo define como hermano. No podríamos, por ello, llamar a Dios Padre si no nos reconocemos como hermanos.
Es importante detenernos a considerar las características de este amor del que nos habla Jesucristo. No se trata de un sentimiento pasajero, o que dependa sólo del “me gusta” tan común en el lenguaje de hoy. Hay un elemento de verdad que debe orientar nuestro comportamiento moral y conducta social. No estamos en el ámbito del amor de amistad que depende de una elección, sino de un amor que me define en mi condición de hijo frente a Dios y de hermano frente a todo hombre. A esta realidad, que podríamos decir pertenece al orden de la creación o natural, Jesucristo ha venido a reafirmarla y a darle con su vida el valor de un testimonio, que se convierte en un camino de vida real para nosotros. El nos enseña a ser hijos de Dios y a comportarnos como hermanos. Esta verdad de la condición humana la presenta como el primero y segundo mandamiento. No estamos en el plano del sentimiento sino de la verdad de nuestra condición humana.
La realidad de la filiación, el sabernos hijos, sostiene nuestra dimensión fraternal. La fraternidad, por otra parte, no es posible sin una referencia a la paternidad. ¡Qué importante en la educación de los niños es crecer con una buena imagen de padre! El evangelio de este domingo nos presentaa, también, el sentido de los dos mandamientos como una unidad que podemos distinguir pero nunca separar. Esto nos lo dice san Juan, como fiel intérprete del Señor: “El que dice amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quién no ve el que no ama a su hermano a quién ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él, concluye: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Jn. 4, 20).
Queridos hermanos, reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús, que nos ha revelado la imagen de un Dios que es Padre de todos.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz