Según la alternancia de costumbres en los Papas del último siglo, el sucesor de Benedicto XVI será no fumador. Si nos fijamos en las costumbres ante el tabaco de los nueve Papas del último siglo, desde el acceso al Pontificado de San Pío X en 1903 hasta la actualidad, encontramos una alternancia casi exacta.
Nueve Papas, nueve costumbres distintas
Giuseppe Sarto, que reinó hasta 1914, fumaba puros; Benedicto XV (1914-1922) no era fumador, Pío XI (1922-1939) lo hacía ocasionalmente, Pío XII (1939-1958) nunca y Juan XXIII (1958-1963), de resultas de su larga trayectoria diplomática, se inclinaba por los cigarrillos.
Ya más recientemente, Pablo VI (1963-1978) figuró entre quienes no gustaban del pitillo, y en cuanto a Juan Pablo I (1978), parece que tampoco, aunque algunos testigos afirman que tampoco hacía ascos alguna vez a echar unas caladas. Nos quedamos con esta opción, siquiera sea para que no nos rompa la serie, que sigue con un claro no fumador, el deportista y atlético Juan Pablo II (1978-2005) y con un Benedicto XVI (2005) que sí se ha animado en algunas etapas de su vida, y parece ser que con preferencia por los Marlboros.
De continuarse esta pauta, de su sucesor sabríamos al menos una cosa: que no habrá hecho nunca suyos los placeres del tabaco.
Prohibido en la iglesia y celebrando
Estos y otros datos se ofrecen en un interesante trabajo de John B. Buescher, licenciado en Estudios Religiosos por la Universidad de Virginia, y publicado en The Catholic World Report.
Nos cuenta, por ejemplo, que cuando los españoles evangelizaron América, uno de los problemas que acabó surgiendo fue que los indios se llevaban a la iglesia el hábito de fumar tabaco, tanto que en 1575 las autoridades eclesiásticas de México tuvieron que prohibir esa costumbre.
Una imagen clásica de la España del siglo XX, en la película rodada por Juan de Orduña en 1955: "El padre Pitillo", uno de los papeles más conocidos de Valeriano León. Del mismo modo, un sínodo en Lima en 1583 declaró prohibido para los sacerdotes, "bajo pena de condenación eterna", administrar los sacramentos y sobre todo decir misa después de haber masticado tabaco.
Donde realmente estaba el problema, que pasó rápidamente de América a Europa, era en su presencia dentro de los templos y, sobre todo, en las acciones litúrgicas. Buescher refiere un hecho sucedido en Nápoles, cuando un sacerdote claramente adicto, tras comulgar, esnifó un poco de tabaco, que le provocó el vómito de la Sagrada Forma sobre el altar, ante una horrorizada
feligresía.
Este caso y otros menos dramáticos de falta de respeto a la misa impulsaron a la Iglesia a dejar muy claro que el consumo de tabaco era incompatible con la pureza y limpieza del altar, de las vestimentas litúrgicas y de las mismas manos del sacerdote, y por tanto éste debía abstenerse de su consumo un tiempo suficiente antes de celebrar.
También los fieles parecían tan enviciados que hubo que tomar cartas en el asunto. El 30 de enero de 1642, el Papa Urbano VIII promulgó la bula Cum Ecclesiae, en respuesta a la petición del deán de la catedral de Sevilla, declarando que quien fumase o masticase tabaco en las iglesias de la diócesis sería castigado con pena de excomunión latae sententiae. No era, pues, un asunto marginal o menor, y se refería también al esnifado de rapé.
En 1650, Inocencio X decretó una pena similar para idénticos hechos aplicada a las basílicas de San Juan de Letrán y de San Pedro, extendida también a los pórticos de ambos templos, también por el perjuicio que el humo causaba a pinturas y esculturas. Inocencio XI reiteró después el mismo castigo.
En 1725, Benedicto XIII, él mismo fumador, revocó la sanción, pero no la prohibición, y mantuvo la orden de mantener el tabaco lejos del altar y del tabernáculo.
El ayuno eucarístico
Luego había (y hay) otra cuestión: ¿rompe el tabaco el ayuno eucarístico, dado que no se ingiere? El príncipe de los moralistas, San Alfonso María de Ligorio -fumador-, en su manual de instrucción para confesores, establece que no: ni el tabaco fumado, ni el masticado siempre que una vez escupido la saliva quede razonablemente limpia.
También Benedicto XIV era fumador, y a juzgar por la anécdota que recoge Buescher, el tabaco le agudizaba el ingenio. Se cuenta que un día ofreció rapé para esnifar al superior de una orden religiosa. Éste, con displicencia, no aceptó y le dijo: "Santidad, no tengo ese vicio". A lo cual, rápido de respuesta, contestó el Papa: "No debe ser un vicio, porque su fuese un vicio usted lo tendría". (En caridad, empataron.)
El Beato Pío IX era tan fumador, que en ocasiones tenía que cambiarse durante el día la sotana blanca por las huellas que dejaba la viruta. León XIII gustaba del tabaco, y sufrió cuando los médicos le obligaron a dejarlo por razones de salud.
Santos fumadores, ¿por qué no?
De sus sucesores, ya hemos comentado la evolución, con una clara tendencia a la salubridad de hábitos, apenas rota ya por algún cigarrillo ocasional.
Ahí tenemos sin embargo a un santo (San Pío X) y dos beatos (Pío IX y Juan XXIII) dados al fumeque. Eso, entre los Papas. Pero en otros ámbitos eclesiásticos es claro que no hay conflicto entre un buen habano y la santidad.
La Venerable Marie Thérèse de Lamourous afirma haber encontrado marcas de tabaco en el manto de Santa Teresa de Jesús que se conserva en un convento de París. Y en los procesos de beatificación de San José de Cupertino, San Juan Bosco y San Felipe Neri se estudió si el hábito de fumar estaba reñido con las virtudes heroicas exigidas. Es evidente que no se encontró obstáculo en ello.
Y los dos modelos de santidad sacerdotal más recientes, San Juan María Vianney (el Santo Cura de Ars) y San Pío de Pietrelcina (el Padre Pío) solían esnifar tabaco e incluso ofrecerlo sin mayores problemas a la concurrencia.
Fumar mientras se reza, rezar mientras se fuma...
Luego está la casuística. Es típico el chiste de quien le pregunta a un jesuita si se puede fumar mientras se reza, a lo que responde con una negativa categórica. Pero... ¿rezar mientras se fuma? Y eso, por supuesto que sí.
Los jesuitas que evangelizaron América cultivaron el tabaco y su consumo sin problemas, y cuando en los siglos XVII y XVIII llegaron a China, los chinos conversos al catolicismo eran denominados... "los fumadores", o con mayor propiedad, "los esnifadores", que era la forma habitual entonces de usar el tabaco, en forma de rapé. Diversas otras órdenes religiosas esnifaban o fumaban tabaco como cosa habitual, y el estudio al que hacemos referencia cita varios casos hasta casi nuestros días, en que esa práctica, también por su progresivo aumento de precio -problema antes casi inexistente- ha empezado a verse como un lujo.
O como un signo de decadencia. En 1847, la revista Dublin Review señalaba el hecho de ser "fumadores" como una característica deplorable del clero irlandés, y también James Joyce, en Dublineses, insiste en esa valoración.
En septiembre de 1957, Pío XII le transmitió al General de los jesuitas en Roma que sus miembros debían renunciar, en nombre de la austeridad, a "artículos superficiales", y citaba entre ellos "el tabaco, hoy tan extendido y visto con tanta indulgencia".
Y en 2002, Juan Pablo II prohibió que en el territorio del Vaticano se fumase en lugares cerrados o incluso lugares públicos muy frecuentados, bajo multa de 30 euros.
Ascetismo y acomodación al siglo, normalmente términos contrapuestos, parece que al final, en este punto, acabarán coincidiendo.
Actualizado 25 noviembre 2012 C.L. / ReL