Ciudad del Vaticano (AICA): En un encuentro con los agentes de la Interpol, Benedicto XVI confirma una vez más que “la violencia es siempre inaceptable en sus diversas formas de terrorismo y delincuencia, porque hiere profundamente la dignidad humana y constituye una ofensa a toda la humanidad.
Por tanto, es un deber reprimir el crimen en el ámbito de las reglas morales y jurídicas, porque las acciones contra la delincuencia han de ser realizadas siempre en el respeto a los derechos humanos y a los principios de un Estado de derecho. En efecto, la lucha contra la violencia debe apuntar ciertamente a detener el delito y a defender la sociedad, pero también al arrepentimiento y a la corrección del delincuente, que es siempre una persona humana, sujeto de derechos inalienables, y como tal no debe ser excluida de la sociedad, sino regenerada”.
Benedicto XVI recibió esta mañana a los participantes en la LXXXI Asamblea general de la Interpol que ha reunido en Roma a delegados de los organismos de policía y seguridad, así como a representantes de la política y de las instituciones de los 190 Estados miembros, entre los cuales se encuentra también, desde el 2008, el Estado de la Ciudad del Vaticano.
Dado que la asamblea se centró en el desarrollo de la cooperación internacional en la lucha contra la delincuencia, el Papa subrayó la importancia de incrementar la cooperación y el intercambio de experiencias “precisamente en un momento en el que se observa en el ámbito global un aumento de las fuentes de violencia causadas por fenómenos transnacionales que frenan el progreso de la humanidad”.
La evolución de la violencia criminal -afirmó- “es un aspecto particularmente preocupante para el futuro del mundo. Por eso adquiere mayor importancia aún el que este esfuerzo de reflexión asocie a los responsables políticos, de la seguridad y de la justicia, a los organismos judiciales y a las fuerzas del orden, de manera que cada uno, según su respectiva competencia y con la ayuda de un intercambio constructivo, desarrolle un trabajo eficaz”.
El Santo Padre constatando que la familia humana sufre en nuestro tiempo “a causa de numerosas violaciones del derecho y la legalidad, que en muchos casos desembocan en episodios de violencia y actos criminales” recordó que “es necesario proteger a las personas y a las comunidades con un constante y renovado compromiso y con los instrumentos adecuados. En este sentido, la función de la Interpol, que podemos definir como una fortaleza de la seguridad internacional, es de gran importancia para la realización del bien común, porque la sociedad justa exige también el orden y el respeto de las normas para lograr una pacífica y serena convivencia civil”.
“Somos conscientes de que hoy en día la violencia se manifiesta en nuevas formas. Con el final de la llamada guerra fría entre los dos bloques, el oriental y el occidental, han nacido grandes esperanzas, sobre todo allí donde movimientos pacíficos que reivindicaban la libertad de los pueblos frenaron una forma de violencia política institucionalizada. No obstante, aun cuando algunas formas de violencia parecen disminuir, especialmente el número de conflictos militares, hay otras que se incrementan, como la violencia criminal, responsable cada año de la mayor parte de las víctimas por muerte violenta en el mundo. Este fenómeno es hoy tan peligroso que constituye un grave factor desestabilizador y, a veces, somete a una dura prueba la misma supremacía del Estado”.
La Iglesia y la Santa Sede, subrayó el pontífice, “animan a cuantos trabajan por combatir la plaga de la violencia y la delincuencia, en esta realidad nuestra que se parece cada vez más a una “aldea global”. Las formas más graves de las actividades criminales pueden ser identificadas en el terrorismo y en la delincuencia organizada.
El terrorismo es una de las formas más brutales de violencia, pues siembra odio, muerte y deseos de venganza. Este fenómeno, de estrategia subversiva, típica sólo de algunas organizaciones extremistas, dirigida a la destrucción de las cosas y al asesinato de las personas, se ha transformado en una red oscura de complicidades políticas, que utilizando también sofisticados medios técnicos, se vale de ingentes cantidades de recursos financieros y elabora estrategias a gran escala.
Por su parte, la delincuencia organizada prolifera en los lugares de la vida cotidiana y, a menudo, actúa y golpea a ciegas, fuera de toda regla; realiza sus asuntos por medio de numerosas actividades ilícitas e inmorales como la trata de personas –una forma moderna de esclavitud-, el tráfico de bienes o de sustancias, como la droga, las armas, la mercancía falsificada, llegando incluso al trafico de fármacos que matan en vez de curar, utilizados en gran parte por los pobres.
Este comercio ilícito es aún más execrable cuando afecta a los órganos humanos de víctimas inocentes: éstas padecen los dramas y ultrajes que creíamos habían acabado para siempre tras las tragedias del siglo XX, pero que lamentablemente aparecen de nuevo a través de la violencia generada por la actividad delictiva de personas y organizaciones sin escrúpulos. Estos delitos destruyen las barreras morales establecidas progresivamente por la civilización y vuelven a proponer una forma de barbarie que niega al hombre y su dignidad”.
En el encuentro con los agentes de la policía internacional, Benedicto XVI confirma una vez más que “la violencia es siempre inaceptable en sus diversas formas de terrorismo y delincuencia, porque hiere profundamente la dignidad humana y constituye una ofensa a toda la humanidad. Por tanto, es un deber reprimir el crimen en el ámbito de las reglas morales y jurídicas, porque las acciones contra la delincuencia han de ser realizadas siempre en el respeto a los derechos humanos y a los principios de un Estado de derecho.
En efecto, la lucha contra la violencia debe apuntar ciertamente a detener el delito y a defender la sociedad, pero también al arrepentimiento y a la corrección del delincuente, que es siempre una persona humana, sujeto de derechos inalienables, y como tal no debe ser excluida de la sociedad, sino regenerada”.
Al mismo tiempo, “la colaboración internacional contra la delincuencia no puede agotarse solamente en operaciones policiales”. “Es esencial -ha señalado el Santo Padre- que incluso la necesaria acción represiva vaya acompañada de un valiente y lúcido análisis de las motivaciones subyacentes a estas acciones delictivas inaceptables; es preciso prestar atención especial a los factores de exclusión social y de indigencia que persisten en la población y que constituyen un medio de violencia y odio. Es necesario también un compromiso particular en el plano político y pedagógico para resolver los problemas que pueden alimentar la violencia y favorecer las condiciones con el fin de que ésta no nazca, ni se desarrolle”.
Por tanto, la respuesta a la violencia y a la delincuencia “no puede ser delegada simplemente a las fuerzas del orden, sino que reclama la participación de todas las instancias que pueden incidir sobre este fenómeno. Derrotar la violencia -ha concluido el Papa-es una tarea que debe implicar no solamente a las instituciones y a los organismos interesados, sino a la sociedad en su conjunto: las familias, los centros educativos, entre ellos la escuela y las entidades religiosas, los medios de comunicación social y todos los ciudadanos. Cada uno tiene su parte específica de responsabilidad para un futuro de justicia y de paz”.+
Fuente: AICA. Viernes 9 Nov 2012 | 11:1