por José F. Vaquero
La primera palabra que se pronuncia ante la noticia de un nuevo embarazo, entre amigos, en la familia, en el trabajo, sigue siendo felicidades, enhorabuena, qué alegría.
La primera palabra que se pronuncia ante la noticia de un nuevo embarazo, entre amigos, en la familia, en el trabajo, sigue siendo felicidades, enhorabuena, qué alegría.
Pero cada vez abundan más los peros, o al menos eso es lo que interpretan los sociólogos a raíz de los datos demográficos de los últimos años. Conozco más de cerca la situación de España, aunque hay otras países de Europa occidental, de Hispanoamérica y del resto de los continentes, que caminan por los mismos senderos.
Recientemente se han publicado los datos provisionales de 2019, y los datos son malos y preocupantes. Creo, además, que no son directamente achacables a la economía. Hay países, muchos, con peores datos económicos que España y con mayor natalidad. E incluso en el entorno nacional, la crisis de 2008 no se notó tan significativamente en las cifras. Es más, ese año los nacimientos marcaron un pico máximo de los últimos treinta años, y el índice de fecundidad fue comparable a los datos de finales de los años 80: la tasa de fecundidad fue de 1,44 hijos por mujer. Según los datos publicados, en la actualidad las mujeres españolas tienen de media 1,1 hijos por mujer. Incluso sumando la generosa aportación de parte de los inmigrantes, el número de hijos por mujer es de 1,23, muy lejos del 2,1, cifra considerada como garante de la estabilidad generacional.
Al ritmo que vamos, y con una sencilla estimación, en diez años nacerán unos 222.000 niños al año, poco más de la mitad de los nacidos en el 2015. La estimación es sencilla, y estos días me he entretenido en hacerla: analizar el crecimiento-decrecimiento de los últimos 10 años, y proyectarlos 10 años más. Los economistas ven estas cifras preocupantes, sobre todo por el envejecimiento de la población activa, la gente que trabaja, crea empresas, produce riqueza de un país. Pero más allá de la economía, preocupa un país que envejece, decrece en número y ganas de vivir, acorta su esperanza mientras alarga la "esperanza de vida". Los niños y los jóvenes representan la ilusión y la savia nueva que revitaliza a una nación, y cuando ésta escasea nos deberíamos parar a pensar.
No nos hemos encontrado de repente en esta situación; es algo que viene de lejos. Ya en 1980 la tasa de fecundidad estaba tímidamente por debajo del 2,1 hijos por mujer. Y ya en 1984 un funcionario de la Seguridad Social presentó un informe al Gobierno avisando de que en 2020, o sea, hoy, tendríamos problemas muy serios para pagar las pensiones en España. ¿Alarmismo? ¿Profecía? No. Simple predicción estadística.
En estos días me pregunto, quizás con más angustia: ¿por qué sigue promoviéndose tanto la no natalidad, encarnada (o desencarnada) en el aborto o la anticoncepción? En España, al igual que en otros países, hemos constatado que como servicio esencial durante la epidemia, a la altura de la atención hospitalaria, sanitaria y farmacéutica o del necesario abastecimiento de alimentos, se encuentran las "clínicas" (léase mejor establecimientos) abortivas. Hemos hecho del aborto una necesidad tan esencial como la salud o el comer. Y a la vez nos tiramos de los pelos porque nacen pocos niños. Una contradicción que da que pensar.
El pasado mes de noviembre se publicaron en España los datos del aborto. Del aborto quirúrgico, porque hay muchos abortos químicos, producidos por la conocida PDD (píldora del día después), que no se cuentan en ningún sitio. Casi 96.000 abortos. Lo que supone que de cada 5 embarazos, 1 termina en aborto. Y si proyectamos las cifras a 10 años vista, partiendo de las cifras de los últimos 10 años, la cifra es escalofriante: en 2030 podrían ser 1 de cada 3 embarazos los que terminen en un aborto provocado.
¿Qué sucede en nuestra sociedad, que se preocupa tan poco de la vida naciente, la más débil y vulnerable? Afortunadamente, no todas las personas están en contra de la natalidad; hay muchas personas, hombres y mujeres, que luchan por sus hijos, que son generosos en la vivencia familiar, y saben disfrutar del hermoso don de la procreación, que nos acerca a la generosidad de Dios Creador. Creo que también hay muchas personas que no se plantean seriamente estos problemas, que viven respondiendo a la manipulación e intereses de ciertos lobbys. No son malos, pero tampoco gastan mucho tiempo en promover el bien, en amar y defender la grandeza de la vida.
El bien triunfará, es la esperanza firme que tenemos los cristianos, pero ¡cuántos hermanos nuestros se quedarán en el camino!
Recientemente se han publicado los datos provisionales de 2019, y los datos son malos y preocupantes. Creo, además, que no son directamente achacables a la economía. Hay países, muchos, con peores datos económicos que España y con mayor natalidad. E incluso en el entorno nacional, la crisis de 2008 no se notó tan significativamente en las cifras. Es más, ese año los nacimientos marcaron un pico máximo de los últimos treinta años, y el índice de fecundidad fue comparable a los datos de finales de los años 80: la tasa de fecundidad fue de 1,44 hijos por mujer. Según los datos publicados, en la actualidad las mujeres españolas tienen de media 1,1 hijos por mujer. Incluso sumando la generosa aportación de parte de los inmigrantes, el número de hijos por mujer es de 1,23, muy lejos del 2,1, cifra considerada como garante de la estabilidad generacional.
Al ritmo que vamos, y con una sencilla estimación, en diez años nacerán unos 222.000 niños al año, poco más de la mitad de los nacidos en el 2015. La estimación es sencilla, y estos días me he entretenido en hacerla: analizar el crecimiento-decrecimiento de los últimos 10 años, y proyectarlos 10 años más. Los economistas ven estas cifras preocupantes, sobre todo por el envejecimiento de la población activa, la gente que trabaja, crea empresas, produce riqueza de un país. Pero más allá de la economía, preocupa un país que envejece, decrece en número y ganas de vivir, acorta su esperanza mientras alarga la "esperanza de vida". Los niños y los jóvenes representan la ilusión y la savia nueva que revitaliza a una nación, y cuando ésta escasea nos deberíamos parar a pensar.
No nos hemos encontrado de repente en esta situación; es algo que viene de lejos. Ya en 1980 la tasa de fecundidad estaba tímidamente por debajo del 2,1 hijos por mujer. Y ya en 1984 un funcionario de la Seguridad Social presentó un informe al Gobierno avisando de que en 2020, o sea, hoy, tendríamos problemas muy serios para pagar las pensiones en España. ¿Alarmismo? ¿Profecía? No. Simple predicción estadística.
En estos días me pregunto, quizás con más angustia: ¿por qué sigue promoviéndose tanto la no natalidad, encarnada (o desencarnada) en el aborto o la anticoncepción? En España, al igual que en otros países, hemos constatado que como servicio esencial durante la epidemia, a la altura de la atención hospitalaria, sanitaria y farmacéutica o del necesario abastecimiento de alimentos, se encuentran las "clínicas" (léase mejor establecimientos) abortivas. Hemos hecho del aborto una necesidad tan esencial como la salud o el comer. Y a la vez nos tiramos de los pelos porque nacen pocos niños. Una contradicción que da que pensar.
El pasado mes de noviembre se publicaron en España los datos del aborto. Del aborto quirúrgico, porque hay muchos abortos químicos, producidos por la conocida PDD (píldora del día después), que no se cuentan en ningún sitio. Casi 96.000 abortos. Lo que supone que de cada 5 embarazos, 1 termina en aborto. Y si proyectamos las cifras a 10 años vista, partiendo de las cifras de los últimos 10 años, la cifra es escalofriante: en 2030 podrían ser 1 de cada 3 embarazos los que terminen en un aborto provocado.
¿Qué sucede en nuestra sociedad, que se preocupa tan poco de la vida naciente, la más débil y vulnerable? Afortunadamente, no todas las personas están en contra de la natalidad; hay muchas personas, hombres y mujeres, que luchan por sus hijos, que son generosos en la vivencia familiar, y saben disfrutar del hermoso don de la procreación, que nos acerca a la generosidad de Dios Creador. Creo que también hay muchas personas que no se plantean seriamente estos problemas, que viven respondiendo a la manipulación e intereses de ciertos lobbys. No son malos, pero tampoco gastan mucho tiempo en promover el bien, en amar y defender la grandeza de la vida.
El bien triunfará, es la esperanza firme que tenemos los cristianos, pero ¡cuántos hermanos nuestros se quedarán en el camino!
ReL 18 junio 2020