miércoles, 1 de enero de 2014

Es Jose en quien encontramos el ejemplo de padre.

Maestro de vida interior, trabajador empeñado en su tarea, servidor fiel de Dios en relación continua con Jesús: éste es José. Ite ad Ioseph. Con San José, el cristiano aprende lo que es ser de Dios y estar plenamente entre los hombres, santificando el mundo. Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y encontraréis a María, que llenó siempre de paz el amable taller de Nazaret.

Fe, amor, esperanza: estos son los ejes de la vida de san José y los de toda vida cristiana. La entrega de San José aparece tejida de ese entrecruzarse de amor fiel, de fe amorosa, de esperanza confiada. 

Se merece tu cariño

Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre. "Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios". 


Mira cuántos motivos para venerar a san José y para aprender de su vida: fue un varón fuerte en la fe...; sacó adelante a su familia —a Jesús y a María—, con su trabajo esforzado...; guardó la pureza de la Virgen, que era su Esposa...; y respetó —¡amó!— la libertad de Dios, que hizo la elección, no sólo de la Virgen como Madre, sino también de él como Esposo de Santa María. 

Padre y Señor
San José es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en su camino terreno a quienes le veneran, como protegió y acompañó a Jesús mientras crecía y se hacía hombre. Tratándole se descubre que el Santo Patriarca es, además, Maestro de vida interior: porque nos enseña a conocer a Jesús, a convivir con El, a sabernos parte de la familia de Dios. san José nos da esas lecciones siendo, como fue, un hombre corriente, un padre de familia, un trabajador que se ganaba la vida con el esfuerzo de sus manos. Y ese hecho tiene también, para nosotros, un significado que es motivo de reflexión y de alegría. 
Alonso Cano, La muerte de San José.
"San José, Padre de Cristo, es también tu Padre y tu Señor. Acude a él". 

san José, Padre y Señor nuestro, castísimo, limpísimo, que has merecido llevar a Jesús Niño en tus brazos, y lavarle y abrazarle: enséñanos a tratar a nuestro Dios, a ser limpios, dignos de ser otros Cristos. Y ayúdanos a hacer y a enseñar, como Cristo, los caminos divinos —ocultos y luminosos—, diciendo a los hombres que pueden, en la tierra, tener de continuo una eficacia espiritual extraordinaria. 




San José, Patrono de la Iglesia universal

El 8 de diciembre de 1870, el papa Pío IX, de felicísima memoria, con un Decreto que expidió, Quemadmodum Deus, declaró solemnemente a San José, Patrono de la Iglesia universal.
Este glorioso título dado a San José es antiguo, si se considera el culto privado, porque desde muchos siglos venía siendo invocado como Patrono de la Iglesia universal por algunos cristianos; y es nuevo, si se atiende a la declaración pública y oficial, porque la Iglesia no lo saludó como a tal sino después de 1870. 

Por esto podemos afirmar que Dios confió a San José en el Cielo, el mismo oficio que tenía cuando estaba en la Tierra:

Aquí abajo fue el custodio del Cuerpo real de Jesucristo, y desde el Cielo es el custodio de su Cuerpo Místico, la Iglesia Católica.


Aquí fue el custodio y defensor de Jesús, a quien salvó de la muerte y mantuvo con sus trabajos, y desde el Cielo guarda y defiende al Papa, que representa a Jesús, como Jefe de la Iglesia.

Aquí salvó a la Sagrada Familia de las persecuciones, y desde el Cielo salvará a la Iglesia, que es la continuación de aquélla.

Aquí fue providencial Jefe de la Sagrada Familia, y desde el Cielo es poderoso Patrono de la Iglesia universal, de este gran Cuerpo Místico que une a los cristianos con su Jefe, que es Jesucristo.

He aquí las veneradas palabras del Decreto:

Como Dios constituyó al antiguo José, hijo del Patriarca Jacob, gobernador de toda la tierra de Egipto, a fin de que no dejase faltar al pueblo el alimento que necesitaba; así, llegada la plenitud de los tiempos, cuando iba a mandar a su Hijo Unigénito Salvador del mundo, escogió a otro José, del cual el primero era tipo y figura, y lo constituyó señor y príncipe de su casa y de su posesión, y lo eligió guardián de sus divinos tesoros. José, en efecto, tuvo por esposa a la Inmaculada Virgen María, de la cual, por obra del Espíritu Santo, nació Jesús, que se dignó ser llamado hijo de José, y a él estuvo sujeto.

Y este José, no sólo vio a Aquel a quien tantos reyes y profetas desearon ver; sino que conversó con Él, y con afecto paternal lo abrazó y besó; y hasta con diligentes cuidados nutrió a Aquel que debía ser el sustento espiritual y alimento de vida eterna para el pueblo fiel.

Por esta sublime dignidad que Dios confirió a su Siervo fidelísimo, siempre la Iglesia honró con sumos honores y alabanzas al bienaventurado San José, después de la Virgen Santísima, su Esposa, e imploró preferentemente su mediación en casos angustiosos.

Viéndose, pues, en estos tristísimos tiempos la misma Iglesia por todas partes perseguida por sus enemigos, y oprimida de tan graves calamidades, hasta el punto que hombres impíos están persuadidos de que ha llegado la hora en que contra Ella prevalecerán las puertas del infierno; los venerables Prelados de todo el orbe católico presentaron sus preces y las de los fieles de Cristo encomendados a su cuidado, y pidieron al Sumo Pontífice que se dignara proclamar a San José, Patrono de la Iglesia Católica.

Habiéndose después renovado insistentemente las mismas súplicas y votos en el Sagrado Concilio Ecuménico Vaticano, nuestro Santísimo Padre el Papa Pío IX, movido por la actual luctuosa condición de los tiempos, y queriendo satisfacer los votos de los obispos, y obtener para sí mismos y los fieles todos el poderosísimo patrocinio del Santo Patriarca José, lo declaró solemnemente patrono de la iglesia católica, y mandó que su fiesta, del 19 de marzo, se celebre en adelante con rito doble de primera clase, aunque sin octava, por razón de la Cuaresma.

Dispuso, además, que semejante declaración se promulgara por el presente Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, en este día consagrado a la Inmaculada Virgen Madre de Dios y Esposa del castísimo José.