Estudios, investigación y análisis para entender las relaciones entre el misterio profundo e íntimo de la fe en Dios y las funciones del organismo humano.
por Marco Tosatti.
¿Existe una parte o función de nuestro cerebro que nos permite, nos facilita, nos garantiza el contacto con lo divino?
Es una pregunta a la que tratan de responder desde hace muchos años los especialistas del estudio del cerebro humano. En muchas experiencias religiosas, de diferentes culturas y confesiones religiosas, existe una capacidad para conectarse con la esfera de lo trascendente, para superar el propio ser; el éxtasis, la experiencia de los sufis o la iluminación de las disciplinas orientales representan específicamente este paso más allá de uno mismo y representan, en algunos casos, el aspecto central de la espiritualidad.
Los estudios han revelado desde hace tiempo que esta capacidad está relacionada con un fenómeno particular, presente en algunas personas: se trata de minimizar el funcionamiento del lóbulo parietal derecho del cerebro y enfatizar el uso de otras zonas. La oración y la meditación serían los instrumentos necesarios para desarrollar esta capacidad; gracias a este entrenamiento sería posible desarrollar y mejorar las capacidades para afinar la propia percepción con la dimensión espiritual.
Ahora, Maria Beatrice Toro, psicóloga y psicoterapeuta, indica que hay algunas novedades en la investigación de este fascinante territorio de la frontera entre la fe y la ciencia.
«Los nuevos estudios –publicados en el International Journal of the Psychology of Religion – muestran que la situación neurológica que corresponde con la experiencia espiritual es más compleja de lo que se había hipotizado en los primeros estudios de Newberg y D’Aquili: más que un área diferente, según los científicos de la Universiti of Missouri, serían muchas las áreas que se activan siguiendo un esquema peculiar».
Las investigaciones más recientes no desmienten el dato fundamental sobre la poca actividad del lóbulo parietal derecho. Pero subrayan que en esta compleja operación se ven involucradas otras zonas del cerebro: el lóbulo frontal e incluso algunas zonas subcorticales.
«La espiritualidad, con base en estos estudios, sería algo dinámico que usa diferentes partes del cerebro para poder ser experimentada», escribe la doctora Toro. El lóbulo parietal derecho tiene zonas que se ocupan de la orientación espacial y temporal: dos elementos que, en la experiencia de la meditación profunda y de la oración, desaparecen.
Las técnicas de meditación, basadas en la respiración, la oración o la concentración permiten la apertura de la mente hacia experiencias cualitativamente diferentes, hacia «algo más grande». Brick Johnstone, profesor de psicología de la salud, ha estudiado veinte individuos que presentan un trauma cerebral en el lóbulo parietal derecho y concluyó que se sentían menos ensimismados y mucho más dispuestos hacia la espiritualidad. Además, las personas que viven experiencias religiosas profundas activarían el lóbulo frontal, mientras se asiste a la parcial o total desactivación de algunas funciones del lóbulo parietal derecho por un breve período de tiempo.
La “neuro-teología” nos indica que existe una función, o un uso global del cerebro que desencadena una sensación de conexión con lo trascendente. Es interesante recordar que la teología clásica hablaba (y lo sigue haciendo) de «sentidos espirituales» que, gracias a estas investigaciones, se confirman científicamente y que permiten llegar a dimensiones peculiares de la persona religiosa.
Esto indicaría “cómo”; explicar, en cambio, el “por qué” de la creencia es otra cuestión.
Justin Barrett, científico que se ocupa de argumentos religiosos (“Ciencia Congitiva, religión y teología”, 2011; y “Born Believers: The Science of Children’s Religious Belief”, 2012), afirma que incluso si hubiera pruebas sobre un fundamento biológico de la creencia religiosa, no es su trabajo en el campo de las ciencias de la mente lo que le ha llevado a ser creyente. Como muchos cristianos, ha tenido la fuerte impresión de que hay «significados más profundos y una finalidad en los eventos» que suceden.
13 de junio 2012. Fuente Vatican Insider