sábado, 19 de mayo de 2012

Una Corte Suprema disonante.

Por Esteban Ruiz Martínez.
“Soto una savia legge vo´che surgano a mille, a mille e genti e gregge, e case e campi e ville…” compuso Boito en su opera Mefistofele, inspirándose en la obra Fausto de Goethe.

Fausto, cuando aparentemente estaba dispuesto a entregar su vida a Satanás por los placeres de esta vida, reacciona antes de su muerte y se aferra a sus valores evitando su condena eterna: “Me siento con fuerzas para consagrarme a esta idea, que es el complemento de la sabiduría: sólo es digno de la libertad y de la vida aquel que sabe cada día conquistarse una y otra (…) Tampoco esta vez me asustas con tu rostro feroz y tu rabia por destruirlo todo. Tiene la humanidad fino el oído; una palabra pura inspira grandes acciones; conoce muy bien el hombre lo que le hace falta, y acepta o sigue con placer los consejos serios. Así, pues, me separo de ti, y no tardaré en volver triunfante”. Es así como uno de los clásicos de la literatura y también de la música clásica nos recuerdan la trascendencia de los valores en nuestras vidas. No ha de ser una ilusión que esta música suene en nuestro derecho y éste demuestre que no es ajeno a tan buenos deseos, dado que siempre ha abrazado los valores para guiar la redacción de las leyes y la sentencia de los jueces, salvo en períodos oscuros de nuestra civilización, donde las ideas desplazaron los valores humanos y justificaron genocidios. Nuestros constituyentes, guiados por la conciencia de estar formando un nuevo pueblo, establecieron en el preámbulo de la Constitución nacional: “…con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina”. Es muy fuerte la disonancia que ha producido el reciente fallo de nuestra Corte Suprema de Justicia de la Nación al admitir la licitud del aborto que realice la mujer que fuere violada. Fausto soñaba en una vida de libertad y bienestar general para todos, como una ley sabia, y Boito lo reflejó en su música llena de ilusión y esperanza. El derecho también ha de compartir tal objetivo: La sociedad sabe a qué normas desea someterse, pues nos recuerda Fausto que “tiene la humanidad fino el oído… conoce muy bien el hombre lo que le hace falta, y acepta o sigue con placer los consejos serios…”. Es evidente que el avance del derecho implica la incorporación de los valores a su contenido, donde su calidad radicará en poseer aquellos valores que lo hace más libre y vital. ¿Es acaso la muerte un valor a incorporar a nuestro derecho? ¿La muerte de quien aun no puede defenderse? Un derecho donde la vida humana no es un valor absoluto, no cabe engañarse, es un derecho de la muerte, vacío de sentido, que falto de guía deambulará produciendo daño y bien indistintamente. La vida es un derecho absoluto, indisponible; es un regalo que Dios y los padres le otorgaron a cada persona, y que está en manos exclusivas del mismo viviente en cuanto libre. Así, se sabe que nadie puede ser esclavo de otro, que cada persona es única dueña de su libertad, y entonces más aun de su vida, que es aquello que le permite ejercitar la libertad. Cada persona es la única administradora de su propia vida, sin que terceros puedan inmiscuirse y, menos aun, pretender disponer de lo que no le pertenece (art. 19 CN). La vida, llama sagrada y razón de la existencia, es la que constituye a las personas fácticamente como sujetos de derecho: una vez que la vida se apaga se extinguen los derechos de la persona, quedan aquellos derechos residuales que reconoce la legislación y la memoria de quienes la quisieron bien. Si no se protege la vida, el derecho pierde todo sentido ¿si el derecho no es para los vivos, acaso será para los muertos? Resulta incómodo recitar lo obvio, pero el reciente fallo lo ignora, instalando en la sociedad la disponibilidad de la vida de terceros mediante declaración jurada, abriendo la puerta al comienzo de otro genocidio: de los pequeños humanos (en su primer etapa llamados feto). Y lo más llamativo es que será un genocidio con motivo de un fallo contrario a la ley citada: la ley argentina protege la vida desde la concepción (El art. 70 del Cod. Civil declara que “desde la concepción en el seno materno comienza la existencia de las personas” y la Convención sobre los Derechos de los Niños, Ley 23.849, que expresamente define en su artículo 2: “…se entiende por niño todo ser humano desde el momento de su concepción y hasta los 18 años de edad” ). No cabe lugar a engaño, interrumpir la vida humana recién concebida es matar un niño, la ciencia y el derecho así lo ratifican. En otro orden, es suficiente demostración el pensar qué sucedería con ese niño, fruto de una violación, si lo dejamos nacer y crecer: cuán agradecido estará de haber continuado su existencia y festejar la vida con aquellos que no han corrido su riesgo de ser eliminados! Preguntémosle sino a la Sra. “Roe” del emblemático caso “Roe vs. Wade” 410 U.S. 113, que finalmente nunca abortó y finalizó su vida como antiabortista. Fallos como estos son un fuerte llamado de atención sobre la pérdida del sentido común y los valores en la sociedad, no solo en este país, sino en varios otros, donde el interés individual se impone a todo, aun a lo más importante y sagrado. Ante ello es procedente también preguntarse: ¿Qué deber de obediencia tiene el poder judicial frente a organismos internacionales que pregonan una cultura de la muerte? ¿Acaso sólo cabe defenderse del extranjero en cuestiones de soberanía económica y territorial? El derecho debe remontar la senda de los valores con la seriedad que estos requieren, incorporándolos en su plexo normativo y no expulsándolos, pues tarde o temprano se llorará sobre nuestra memoria, dado que “tiene la humanidad fino el oído… conoce muy bien el hombre lo que le hace falta, y acepta o sigue con placer los consejos serios. Así, pues, me separo de ti, y no tardaré en volver triunfante”. 

 Esteban Ruiz Martínez es Abogado UBA, Magister en Derecho Empresarial Universidad Austral, Doctorando en derecho en la misma universidad. 
Fuente: Argentinos Alerta. Sábado, 19 de Mayo de 2012.