martes, 29 de noviembre de 2011

“Mejor que una muerte digna, es tener una vida digna”


Por Daniel Sagárnaga

Mario Cargnello es arzobispo de Salta desde hace aproximadamente 12 años. Su llegada coincidió con la aparición de los grandes conflictos sociales de la democracia, y con los cambios culturales que propulsó la globalización.
Al territorio provincial lo comparten cuatro obispados: el de Cafayate, el de Salta, el de Orán y el de Humahuaca. El de Salta cuenta con 56 parroquias, 2 cuasi parroquias y varias vicarías, en los 15 departamentos que ocupa. Contiene a 850 mil feligreses, que son atendidos por 125 personas, repartidas en los 90 mil kilómetros de su área.

Recientemente, Cargnello fue proclamado como vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal Argentina. Y ya se entrevistó con la presidenta Cristina Fernández, junto al titular del organismo de la Iglesia, el arzobispo de Santa Fe, monseñor José María Arancedo, y al vicepresidente primero, el obispo de Neuquén, monseñor Virginio Bressanelli.

Especialistas políticos ven tras este cambio la inminente renovación en la relación entre Iglesia y Estado, en un momento en que se suceden propuestas, como la legalización del aborto, la despenalización de algunas sustancias, el establecimiento legal de las parejas homosexuales, etc., que ponen en cuestión normas que la Iglesia Católica sostiene como imprescindibles “para la dignidad humana”.

“Acepté la responsabilidad porque el Episcopado considera útil mi nombramiento”, asegura el pupurado, mientras minimiza el alcance político de su propia figura. “Sabremos acompañar las decisiones que tomen los obispos y monseñor Arancedo”, dice. Aunque en muchos aspectos, Cargnello -nacido hace 63 años en Catamarca- representa a la región, mientras Arancedo y Bressanelli son del centro y del sur del país, respectivamente.

En el primer piso de la curia aún se pueden oír los pasos de Juan Pablo, el Papa Peregrino que bendijo Salta desde un antiguo balcón de persianas cruzadas. Allí se encuentra la oficina de Cargnello que, de a ratos, es invadida por los sonidos de la calle. Esta vez se trata de una banda que acompaña reclamos sindicales. Aunque él no es el objetivo de las consignas, monseñor asegura que todos los días es así. “Soy la última autoridad que queda en el centro de la ciudad”, nos recuerda.

Desde los medios de comunicación se afirma que el alejamiento de Bergoglio de la cabeza de la Conferencia Episcopal posibilitará un cambio en el diálogo de la Iglesia con el Estado.

No creo que se trate de cambios de posición ante el Estado. La Iglesia siempre va a sostener los valores cristianos, y su presencia y su labor van a ser los mismos: leer e interpretar la realidad a la luz de la Palabra de Dios. Incluso, la Iglesia estuvo antes del Estado. Vamos a acompañar las decisiones de monseñor Arancedo y de acuerdo a los hechos que se vayan sucediendo. Pero tenemos la oportunidad de afianzar las relaciones institucionales, siguiendo los lineamientos del Concilio Vaticano II, que indican la cooperación y la independencia entre la Iglesia y el Estado. El Estado administra los bienes temporales, la Iglesia el espíritu, lo atemporal. Pero ambos trabajan por el bien del hombre. Creo, sí, que en nuestro país debemos madurar esa relación, propendiendo a la consecución del bien común, aunque todavía hay mucho por andar. Creo también que estamos en una situación cultural difícil, que supera los límites de nuestra patria; un momento de la historia en el que prima lo económico sobre los valores de la vida. Dar una respuesta espiritual al reto que significa esta época es una tarea que la Iglesia asume.

Sin embargo se anuncian discusiones de temas fundamentales para la Iglesia, como la normalización del aborto, del derecho a la muerte digna, etc. ¿Se va a proponer algún tipo de militancia católica ante la inminencia de esta discusión?

La Iglesia siempre va a estar a favor de la vida, y de la dignidad de esa vida. Por eso, en vez de proponer una muerte digna, considero que primero debemos empeñarnos en conseguir una vida digna para todos. Vivimos en una época extraña. De alguna manera, la sociedad ha avanzado en las sutilezas de la cultura y en la mayoría de las sociedades se rechaza la pena de muerte para los condenados por un crimen. Pero se condena a un niño que aún no ha nacido, o a un moribundo en el momento en que más necesita de nosotros. En general, la gente muere lejos de sus familias, a veces rodeada de desconocidos, en una sala de hospital... Esas son las grandes realidades humanas y ahí debemos llevar a Cristo. En nuestra arquidiócesis hemos organizado, a través del grupo “Manos Abiertas”, a gente que asiste a los moribundos, buscando contenerlos y acompañarlos en el último paso de la vida: la muerte. Creo que esa es una labor cristiana. Pero hablar de “militancia”... No sé, no me parece. Me suena a imposición, a fanatismo. Un cristiano debe, primero, dejarse poseer por la verdad, completamente. Luego, proponérsela al hermano, invitar a los otros a compartirla, a vivir esa verdad. Debe saber que es la misma para toda la humanidad y que su presencia va a transformarla hacia una dimensión distinta.

¿Por qué cree usted que en una provincia con una profunda tradición católica como Salta, actualmente haya 664 credos inscriptos en la Secretaría de Culto de la Nación?

¿Hay tantos? No sabía. Bueno, debo decir que no sucede solo en Salta. Hay una explosión de una miríada de cultos religiosos en el mundo. Justamente el Papa ha propuesto celebrar, desde el 11 de octubre de 2012, el “Año de la Fe”, para descubrir a la fe como el vínculo con Dios. Y la Iglesia como testigo del contenido de esa fe. Me parece muy acertado. Una genialidad pastoral, por el momento en el que vivimos. Donde todo es pasajero y depende de las consecuencias del momento. Y se fabrican cultos que ofrecen una respuesta pasajera. ­Pero mi fe no debe depender de si me va bien o si me va mal! Debe nacer de las convicciones humanas sobre la verdad y el bien, a las que se llega a través de la inteligencia y la voluntad. Luego está la expresión sensible de todo eso, que es la fe. Esta cuestión de los innumerables cultos no es un problema de una provincia católica, es un problema humano. En Salta hay otras iglesias con una gran tradición y con una propuesta integral ante las grandes cuestiones humanas, no para elaborar respuestas del momento.

En estos últimos años hubo una explosión de cultos evangélicos, como la iglesia “Pare de sufrir”.

No, ése es un emprendimiento brasileño, una iniciativa empresarial que trabaja con la angustia de las personas.

¿Habló con la presidenta Cristina Fernández acerca de su alerta por el avance de las drogas en la región?

Sí. Es un tema que me preocupa mucho. Es terrible. El paco está destruyendo miles de jóvenes de la periferia de Salta. Me duele inmensamente verlos en las condiciones en que los deja el paco. Como muertos en vida, atrapados. No podemos dejar que siga pasando. Y las familias de esos chicos, ­pobre gente! No saben qué hacer. Es tan espantoso el efecto sobre los consumidores, que los ciega la necesidad de volver a consumir y terminan robándole a sus propias familias lo poco que tienen para venderlos por unas monedas que alcancen para otra dosis.

Y luego vuelve a comenzar, en un mecanismo perverso. Incluso llegan a la violencia con sus familiares. Y esos pobres padres quedan desamparados. Es un fenómeno que crece y golpea con una fuerza destructora sobre todo a los pobres. Bueno, la presidenta comparte la preocupación. Como sociedad debemos asistir al adicto y a su familia en este drama, para que no se convierta en una tragedia. Hasta ahora, a pesar de que se han secuestrado cantidades históricas de drogas, todo lo que hacemos es insuficiente. Debemos confiar en el Señor. Estamos buscando la forma de traer a Salta la “Fazenda Esperanza”, que ha tenido muy buenos resultados en la recuperación de adictos en Brasil y en la casa que tienen en Deán Funes, en Buenos Aires. Estamos en camino de conseguir el terreno y cumplir con las condiciones que nos exigen para abrir en Salta una nueva casa de recuperación.

Pero, ¿por qué no se detiene a pesar de que todos presenciamos el dolor de las víctimas? ¿Hablamos del mal como entidad?

Ah, ésa es la cuestión! Hay Mal. Está el mal. Pero si hay mal, el bien tiene la última palabra. Y frente al mal que emerge, ¿cuál es nuestra respuesta?: el Evangelio. Nuestra fe en que su palabra es superior. Ante todo, debemos confiar en el bien y centrar nuestras esperanzas en Jesús. Y trabajar, que es lo que le da sentido a la vida humana.

¿Cómo es su relación con los otros Obispados de la provincia?

Muy buena, de profunda amistad. Yo mismo he sido obispo de Orán. Pero cada uno tiene una extensa feligresía que atender. Aunque dependiendo de la necesidad, nos reunimos. La última vez que lo hicimos fue a fines de los años 90. Fuimos a hablar con De la Rúa, porque comenzaban los conflictos sociales en el norte de la provincia y ya había gente muerta.

El de Capital, ¿es un obispado económicamente solvente?

Aunque lo parezca, no. Vivimos al día. Sin embargo, hacemos obras, buscamos ayuda para concretarlas, sostenemos nuestros comedores, la Casita de Belén, la obra de Cáritas, algunas escuelas. Pero todavía nos falta recorrer un largo camino para lograr una economía sustentable. No somos pobres pero somos austeros. Con lo que nos da el Estado se llega a pagar la administración y la gestión de las personas que trabajan en la Iglesia. Ingresa también dinero por las ceremonias y el culto. Luego tenemos alguna renta, la caridad, y no tenemos otra cosa. Lo que sí tenemos y es un orgullo para mí, son los sacerdotes. Acompañan al pueblo poniendo todo lo que tienen y muchos son un ejemplo de sacerdocio.

A propósito de esto, hace unos dias falleció el padre Chifri y hubo un asombroso sentimiento de dolor entre la gente. ¿A qué lo atribuye?

Es otra gran demostración de la fe y del amor de la gente. El era un líder espiritual . Los chicos de la Puna no lo lloran porque era un líder social, lo lloran porque se les fue un padre. Lo mismo pasa con el resto de la gente. Hizo muchos gestos de amor, fue creciendo y madurando, logró muchas cosas. Mi reflexión es que Chifri sigue vivo en cada una de las cosas que hizo. Eso es lo verdadero.

¿Siente que ha llegado a cumplir con su obispado?

Como obispo, he prometido estar con los pobres, y siento que aún no he hecho lo suficiente, que me queda mucho por trabajar. Hay muchos excluidos. Basta recorrer los barrios periféricos de Salta. Para ellos van mis esfuerzos y mi trabajo. No conozco otra forma de vida.


domingo 27 de noviembre de 2011 Salta