lunes, 17 de octubre de 2011

Hombres fuertes


por Llucià Pou Sabaté

Walter Rico, el su libro “Afectividad masculina” dice que para una mentalidad tradicional, es decir machista, el hombre varonil no llora, se avergüenza de abrazarse a los hijos. Pero esto no es humano, pues lo que de verdad necesita el mundo es ternura.
Menos guerras y más abrazos… Dice Krishnamurti: “si realmente amáramos a nuestros hijos, no habría guerras”. Y esto no es algo para los gobiernos solamente, para que no jueguen más a matarse unos a otros (cosa asquerosa por cierto), sino para las familias en primer lugar: si se quiere de verdad a los hijos, se evitarán las discusiones, especialmente delante de ellos.
“El nuevo hombre quiere estar de acorde con un despertar espiritual del cual se ha rezagado considerablemente, desea menos capacidad de trabajo, más afecto, más acercamiento con los hijos, más derecho al ocio”. Cansado de un rol esclavizante, “al nuevo varón no le inquietan los míticos ideales de éxito, poder, fuerza, autocontrol, eficiencia, competitividad, insensibilidad y agresión. Les regalamos el botín y deponemos las armas: no nos interesan”. Es necesario desprenderse del poder, en una revolución “psicológica y afectiva. Es la conquista de la libertad interior y del desprendimiento de las antiguas señales ficticias de seguridad”. Como dice el refrán, “no es rico el que más tiene, sino quien menos necesita”. Y los hombres debemos reconocerlo: hemos necesitado demasiadas cosas inútiles para vivir.
Los ritos de iniciación masculina de pubertad van siempre en la línea de “la lengua con la sangre entra”. En el hombre cuenta la fuerza, en la mujer, también hay en algunos sitios ritos de iniciación, pero se le pide que sea paciente, como los “dechados” que se hacían con encaje de bolillos, que fueron a veces una especie de “examen de ya no ser niña”. Está claro que esto las hace fuertes, pues esta es virtud, más que de atacar, de paciente perseverancia de resistir su y ahí está la más noble expresión de la fortaleza. Por eso se dice que “si los hombres tuviésemos que parir, el planeta estaría despoblado”. También se nos inculcó: “los hombres no lloran”, y si alguien no sigue este patrón se le desprecia con: “eres como las mujeres”, pero la vulnerabilidad es expresión de un encanto, hay que desmitificar el héroe que llevamos dentro, ese de soñar aventuras del “Llanero solitario” o Superman. Está bien dar la vida por un acto heroico, pero también conocer el fracaso y sentirse débil. En esta sociedad perturbada que quiere redimirse a sí misma, donde el hombre “se hace a sí mismo”, del éxito que es a veces “estar en el sitio oportuno en el momento oportuno”, hemos de recordar el “éxito” del Evangelio, de abrirse a la gracia cuando los trabajadores que nadie quería, de la hora undécima, tienen el mismo premio que los que han trabajado todo el día. Hemos de pensar en que se puede vivir sin “partidas” quijotescas ni pruebas lejanas que superar, sin retorno triunfante, porque no es necesario tener nada conquistado para ser alguien, pues el amor es gratis y es lo más importante de la vida.